Un palmo de narices

Rodrigo López Oviedo

A muchas personas les resultó inverosímil que la Mesa de Unidad Democrática, coalición opositora venezolana, demandara de la OEA la aplicación de la Carta Democrática contra su propio país.

Desde el momento mismo en que la MUD conquistó la mayoría de la Asamblea Nacional, quienes votaron por los candidatos de las más de 30 organizaciones que la conforman supusieron que las promesas de campaña irían a encontrar fácil realización, sobre todo en aspectos vitales para la población como el desabastecimiento, las colas, etcétera.

A propósito de colas, acabar con estas fue tal vez la promesa mejor agitada. De ellas se decía que la última que tendría que hacerse sería precisamente la que se hiciera ante las mesas de votación, pues tal problema quedaría resuelto una vez la nueva Asamblea, con nueva mayoría, comenzara a actuar.

Nada pasó con esta promesa, a pesar de que las colas son un problema que fácilmente lo pueden resolver los de la MUD, pues sus integrantes son los causantes del acaparamiento y la especulación, que son su primera causa.

Y así como ocurrió con las colas, ha venido ocurriendo con las demás promesas, y todo por una razón:

La intensión de la oposición venezolana no es la de resolver ningún problema, sino, por el contrario, agudizarlos todos con el fin de acabar, no con Maduro y su Gobierno, sino con todo el proceso revolucionario que encabezara el Comandante Chávez.

Lo que nadie se imaginó es que esta oposición, en un acto apátrida, orientado a cercenar la soberanía que con tanto esfuerzo ha venido conquistando el pueblo venezolano durante estos años de revolución bolivariana, se atreviera a solicitar la intervención de la OEA, pasando por encima de los estatutos de esta organización y contando con la complicidad de su Secretario General.

Por fortuna, fueron tan flagrantes los equívocos en que incurrieron que la solicitud prácticamente no fue sometida a consideración de la Asamblea que para el efecto había sido citada, y desde el comienzo se vio reemplazada por dos propuestas de comunicados, una presentada por el embajador de México y otra por el de Venezuela, que finalmente fueron conciliadas en un texto único, casi coincidente con las políticas de diálogo que ha venido proponiéndole Nicolás Maduro a la oposición.

La conclusión de este episodio es que las oligarquías en tránsito a perder el poder acudirán a los peores procedimientos con el fin de conservarlo. Por fortuna, la legitimidad del gobierno de Venezuela y su respaldo popular están creando las defensas necesarias para resistir tales embates.

Falta algo de solidaridad internacional, y en ello el deber de cada demócrata es aportar lo suyo.

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