Una confrontación incontrolada sin lustre

Manuel José Álvarez Didyme

Con una expectante audiencia universal y una desacertada y mediocre moderación, en la noche del pasado martes 29 de septiembre se adelantó el primer foro-debate de los aspirantes a la presidencia del gran imperio del norte, luego del cual quedó la generalizada sensación de que en mucho se han empobrecido las costumbres políticas y deteriorado el ambiente democrático del que por años fue el ejemplo a seguir, -tanto por su espíritu como por su forma-, de cómo deben adelantarse este tipo de eventos eleccionarios manteniendo a distancia el agravio, la pasión, el sectarismo y la estrechez espiritual.
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Por cuanto, en verdad una cosa es ver y escuchar el discurso de un candidato en plaza pública, en donde la exacerbación del gesto y el altisonante parlamento, por insustancial que sea, entusiasma y emociona, máxime si al efecto se acompaña de evocadoras consignas de desaparecidos caudillos o de heroicas gestas del pasado y de multicolores banderas, agitadas con fuerza para excitar los corazones y las irracionales pasiones de conciudadanos previamente estimulados con sonoras consignas, trayendo a colación los oscuros episodios del pasado de sus contendores o los aciertos propios en su tránsito por la administración que encarnan, ya que lo que allí se trata es de “conmover para persuadir”.

Sin embargo, otra cosa resulta cuando se confrontan en forma simultánea las propuestas de uno y otro en respuesta a juiciosas preguntas previamente estudiadas, ante un auditorio con sentido crítico y de cara a las responsabilidades futuras del que resulte electo.

Pues lo que en este último caso se persigue es “convencer para persuadir”: aquí no caben la demagogia, ni la discursiva entonación, ni el estudiado gesto si no van asistidos de una propuesta consistente y seriamente elaborada, aderezada con cifras y prospecciones de índole, tanto técnica como administrativa.

Así las cosas, solo en escenarios como éste se puede hablar de prudencia en el gasto y austeridad futura; de infraestructura verdaderamente requerida y de sensatez, mesura y priorización de los problemas, así como de la atención de la deuda pública, temas que en la barriada no se controvierten y menos emocionan.

Y esto es lo que busca el debate: la confrontación controlada para que se pueda apreciar la diferencia entre los aspirantes. Evidenciar, sin lugar a dudas, la sinceridad, seriedad y consistencia del parlamento de uno y otro; la información que poseen; el verdadero bagaje con el que están equipados, y sobre todo las ganas que muestran de querer hacer bien las cosas, amén de otras cosas, como su capacidad para escuchar, su tolerancia a la crítica y sensibilidad al elogio y sobre todo la capacidad para enfrentar un auditorio, de veras diferente a los que ha tenido o tendrá que encarar a lo largo de la campaña.

Acorde con lo anterior, el debate aludido develó de manera nítida y transparente, tanto la intemperancia, arrogancia y facilidad para mentir de Trump, como la timidez y falta de carácter de Biden: impropias condiciones las unas, para desarmar los espíritus y atemperar la violencia, como inadecuadas las otras si para presidir el mayor imperio de nuestros tiempos y regular el orden mundial se trata.

¡El Señor nos asista!

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ

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