La “huella hídrica”

Manuel José Álvarez Didyme

Cuando alguien, hace ya algún tiempo, de manera premonitoria y refiriéndose a la vigésima primera centuria que ya discurre, sentenció que la próxima conflagración mundial sería por la posesión del agua, lo miramos como a un exagerado arúspice de desastres, o casi un orate.
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Hasta que las informadas prédicas de los ecologistas, fueron arreciando universalmente, acicateadas por el acelerado cambio climático que por doquier se viene presentando y haciéndose oír cada vez más reiterados en los diversos encuentros de gobernantes que se escenifican por todo el globo, convirtiendo tan exótico pronóstico en axioma o en verdad tan evidente de aquellas que ya no requieren demostración alguna para ser generalmente aceptadas.

Así las cosas el mundo entero ha pasado de entonces a hoy a medir cada vez con más preocupación, la que entre nosotros ya conocemos con el nombre de “huella hídrica” y que indica la cantidad de agua indispensable para el sostenimiento del estilo de vida de cada habitante: un indicador adoptado como parámetro universal por la Organización de las Naciones Unidas.

De manera tal que nuestra existencia solo será podrá ser calificada futuramente como sustentable, si disponemos, -de acuerdo con dicho parámetro de medida-, del agua indispensable para todas y cada una de las actividades que la conforman y procedemos a gastar única y exclusivamente esa cantidad, pues de lo contrario estaremos “festinando o despilfarrando” un recurso  cada vez más y más escaso.

Aclarando sí, para la cabal inteligencia de la gravedad de la situación, que la referida medición no debe limitarse a aquella cantidad del líquido que diariamente se destina al aseo y la alimentación, sino al total de circunstancias y eventos que a su vez demandan del vital líquido para poderse producir o fabricar.

Así en la elaboración de una prenda destinada a nuestro vestido o en la hoja de papel que precisamos para nuestro rutinario trabajo o para la generación de un kilo de carne para el consumo, o para el cultivo de una pera, una manzana o unos cuantos granos de nuestro fruto insignia, el café, se necesitan varios cientos de litros de agua, al punto que la cantidad que cada ser humano demanda al año, es decir su “huella hídrica” promedio, según ya se estima universalmente por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es de 1´240.000 litros de agua o sea 1.240 metros cúbicos, equivalentes a la mitad del contenido de una piscina olímpica, medida que para Colombia hoy, apenas si ha sido estimada en 800 metros cúbicos por persona al año.

Lo cual torna cada vez más ilusorio y por tanto bastante difícil de obtener, el desarrollo y el bienestar económico que prometen aquellos como los que aspiran a continuar con la explotación aurífera en predios del municipio de Cajamarca en nuestro departamento, en tanto en cuanto su ubicación en aquella zona en donde existen importantes nacimientos de agua, hacen evidente el irreparable daño que causarían al hábitat, en cuanto éste es un objeto vulnerable y sujeto de contaminación: su total destrucción.

Igual a lo que ocurrirá con cualquier otro proyecto que conlleve similares factores de depredación o daño irreversible a nuestros recursos hídricos.

Así que apenas estamos en tiempo para detener definitivamente, tan real amenaza de destrucción de aquellas y de tantas otras fuentes de agua que se encuentran en similares condiciones, obligándonos a promover un radical cambio cultural, mediante el cual se obtenga el conocimiento del verdadero valor presente y futuro del recurso hídrico para la supervivencia humana.

La reciente noticia del hallazgo de agua en el satélite lunar, si bien no es la plena solución para las futuras generaciones, si en algo morigera la angustia derivada del equivocado manejo dado al recurso.

MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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