¿Por qué y para qué votar?

Manuel José Álvarez Didyme

El sainete protagonizado por el expresidente Trump en los Estados Unidos y los movimientos que hoy convocan a la revocatoria de la elección de algunos de nuestros burgomaestres, como la de Bogotá y el de este musical villorrio, nos han llevado a recordar una verdad que, por haberla estimado suficientemente sabida por todos, no fue invocada en oportunidad: “que la motivación electoral que lleva a las urnas, generalmente tiene más carácter pasional, que racional”, y es lo que explica el sin número de desaciertos que registra la historia en la escogencia de quienes orientan nuestro errático discurrir político.
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Y sí de verdad se aspira a entender la ligereza de juicio que evidencian nuestras comunidades al elegir, además de nuestra fácil efervescencia pasional, debemos añadirle, el bajo nivel educativo de gran parte de la población, su grado extremo de pobreza, y el gran cúmulo de necesidades que las afecta, circunstancias que las hacen aún más vulnerables a las demagógicas promesas y a los halagos, y las tornan proclives a las más inefables propuestas de solución a sus problemas.

Solo de esta forma podremos entender, que quienes ofrecen ríos de leche y miel sin privaciones ni esfuerzo, sean los que terminen ganando el favor de las mayorías contra los candidatos que con objetividad invitan a recorrer el verdadero camino del desarrollo pleno de sacrificios y dificultades, solo salvables con un severo y perseverante esfuerzo.

Y por qué la oferta de obras físicas, -obviamente indispensables-, es la que atrae en primera instancia al sufragante, desplazando a aquellas que se orientan a la construcción de una sociedad más responsable, justa e igualitaria, que garantizan prudencia en el gasto, priorizan la inversión, la salud y por sobre todo la honestidad y la educación: “¡Que ahora sí vamos a hacer esto, aquello y lo de más allá!”.

¿Pero cómo, si carecemos de lo indispensable para lograrlo? ¿ Si no tenemos riqueza pues ésta nace de la cultura del trabajo y el ahorro, valores poco arraigados entre nosotros, porque no nos hemos dedicado a enseñarlos ni a aprehenderlos?

Y es que la ponderación del voto y el juicioso escrutinio rinden buenos frutos, pero a mediano y largo plazo, no de manera inmediata, como lo esperan los incautos.

Mockus y Peñaloza en Bogotá, Alejandro Char en Barranquilla o Federico Gutiérrez en Medellín, son ejemplos más o menos recientes del benéfico resultado de desoír a los sempiternos promeseros y rechazar a los personeros de la política tradicional, para dar paso a quienes de manera prudente y sin arrogancia quieren trabajar por su ciudad, ciertos que su acción y sus obras van a terminar hablando por ellos. Los electores que como conductores de bus, de taxi o propietarios de vehículos de uso privado, protestan hoy por el caos del tránsito y el deplorable estado de las vías, debieron haber reflexionado oportunamente en tal sentido, al igual que los empresarios, constructores o amas de casa al verse agobiados por las falencias del servicio de agua, de alcantarillado o energía eléctrica, o los estudiantes o aspirantes a serlo ante la mala calidad de la educación pública y su baja cobertura, o los ciudadanos del común por la delincuencia callejera, el desorden urbano, la precariedad de la salud, la falta de  empleo, la ausencia de sitios de recreación, etc., etc, etc.

O los de siempre, los apáticos, los despreocupados, los indolentes y aquellos que creen que su aporte electoral no es necesario, sin advertir que el voto es una obligación para con el país, el departamento, la ciudad y la familia, si de verdad se aspira a mejorar el futuro, y el medio por excelencia para “estar de acuerdo con uno mismo”, como bien lo señaló en su tiempo el ex presidente francés François Mitterrand.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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