Un ejemplo a seguir en Ibagué

Manuel José Álvarez Didyme

Pese al tiempo discurrido desde su construcción y puesta en marcha, no deja de causar admiración el proceso de transformación que ha logrado y sigue logrando el “Metro”, en el otrora censurable desempeño de las gentes de Medellín.
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Y es que al rededor suyo, hoy se respira un ambiente de civilidad y compostura en el que se amalgaman gentes de las más variadas condiciones, orgullosas de él y satisfechas de que se les haya brindado una obra de la que todos cuidan, por estar ciertos de que a todos sirve, les es útil y de qué manera. La limpieza y la organización que reinan en sus estaciones son eficiente ejemplo de ello, así como los modales y la “buena educación” de que hacen gala sus usuarios, testimoniando tal cosa.

Bastante atrás quedaron el caos y el desorden -que aún persisten en otras ciudades como la nuestra- generados por la guerra del centavo, la irracionalidad de las rutas de transporte urbano, y lo que es más importante, el poder político que tal situación les aportaba, como les sigue dando aquí a los dueños de los buses y busetas, reflejado en el mal gobierno de la ciudad y en la entrega de ella a unos pocos, privilegiados por ese estado de cosas.

De ello dio fe durante mucho tiempo la catadura de la vieja clase política antioqueña de la que llegaron a formar parte sustancial Pablo Escobar y sus validos, que en punible asociación, con el transporte, en mucho se lucraron y beneficiaron en detrimento de la sociedad montañera, tal como en su tiempo fue denuciado por los voceros de su pujante y vital empresariado.

Pero ahí no concluyen las muchas bondades del “Metro”, en cuanto este también ha contribuido a generar una cultura democrática de respeto a los derechos de los demás y a sus diferencias, haciendo que las directivas de la ciudad se integraran con los sectores populares y miraran hacia sus necesidades y carencias, como lo evidencia el proceso de transformación operado en la otrora conflictiva comuna de Santo Domingo.

Una inaplazable bra para Ibagué, con la que se le solucionarían muchos de los problemas que -unidos al del desempleo y a los nacidos de la insolidaridad y la falta de un claro sentido de pertenencia- la están afectando gravemente en la actualidad.

Sobre todo el del transporte, que constituye en nuestra capital hoy, uno de sus inconvenientes mayúsculos, acentuado por el precario diseño de unas vías pensadas, autorizadas y construidas, sin perspectiva de futuro y en escaso número, para el “aquí y el ahora” e ineptas como las que más para encarar el desmesurado crecimiento poblacional que se viene sucediendo y el correlativo incremento del parque automotor que tal cosa conlleva, en especial el de motos, añadido a una incompetencia absoluta en el control de la operación del tránsito existente. Todo lo cual se traduce en la congestión, que en el caso ibaguereño se presenta de manera reiterada en su zona céntrica, donde aún está radicado su corazón administrativo y comercial y a donde debemos concurrir casi todos los habitantes por obvias razones, no solo en las llamadas “horas pico” sino en los horarios más impensados, afectando a todos los estratos socioeconómicos que demandan posibilidades de desplazamiento ágiles, oportunas, cómodas y de bajo costo.

El Concejo Municipal, como cogobernante de la ciudad que es, hasta ahora poco o nada ha hecho o dicho al respecto, y el alcalde Hurtado, dubita, patina y titubea a la hora de asumir con decisión la radical solución que tiene a la mano, pues para ello solo tiene que aceptar el proyecto de metro que inversionistas privados le están ofreciendo desarrollar en conjunto, sin tener que realizar onerosas inversiones, pese a lo cual y en contravía de la más elemental racionalidad administrativa, parece insistir en la ampliación del caduco parque automotor existente, con contaminantes buses Diesel y de gasolina, de aquellos que están siendo desechados en el mundo entero por contaminantes, destinando para ello sus menguados recursos, renunciando así a revitalizar su ya desmirriada imagen política, sin siquiera imponerse la obligación de construir nuevas vías o ensanchar las existentes.

Mientras tanto la opinión inexplicablemente calla al respecto y no exige como debiera, decisiones que se traduzcan en reales soluciones, pues sigue aceptando los tradicionales placebos coyunturales, que aplazan de manera indefinida un verdadero abordaje sistémico de los problemas.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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