“Una realidad que nos atropella”

Manuel José Álvarez Didyme

La escasez es tema que de forma recurrente ocupa las primeras planas de los medios cada vez que se advierte la merma de los recursos básicos generadores de energía y/o los alimentarios, es decir aquellos considerados como fundamentales para la supervivencia, o aquellos insumos o recursos, que sin ser básicos, satisfacen las diversas necesidades sociales.
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Y una vez constituida en noticia, se convierte en el anuncio del adviento de una mala época para los países desarrollados, presagiando, paradójicamente para nosotros un futuro más promisorio, en tanto representa una gran oportunidad de comercialización, o apenas si en un llamado de atención, si no hemos hecho lo que hemos debido hacer y no lo realizamos oportuna y cabalmente.

Y es que tal como lo vienen señalando los analistas del discurrir económico y como ya había sido ampliamente previsto y divulgado por los conocedores del tema, los tiempos de los alimentos abundosos y baratos concluyeron, terminaron, es decir… “no van más…”, pero como siempre nos sucede, a pesar de las muchas ventajas competitivas que en la agricultura y la ganadería tenemos, no estamos preparados para el súbito crecimiento de la demanda y la llegada de los buenos precios para nuestros productos.

Porque poseemos una privilegiada ubicación geográfica, tierras en suficiencia aptas para la producción de alimentos en toda clase de climas, mano de obra ociosa y más o menos calificada por nuestra tradición agropecuaria, agua suficiente para cultivar bajo riego y una universidad que por años ha acopiado conocimiento especializado sobre la región y su agro en cuanto conoce su potencial productivo y preparado a los profesionales, que de proponérnoslo disciplinadamente, bien podríamos lograr una revolución verde en nuestra tierra.

Así que, ¿qué es lo que nos falta?

Nada más y nada menos que aquello de lo que secularmente adolecemos.

Acción en todos los órdenes; diligencia y capacidad de los que dirigen el Estado para comunicar las áreas de producción con los centros de distribución y de consumo y dotarlos de la infraestructura apropiada; del sector privado para acumular y destinar capital que se reinvierta adecuadamente en la región; de los centros de difusión del conocimiento, de hacer investigación y extensión agropecuaria que se traduzca en acompañamiento real a los productores, y de los rectores de los gremios para hacer el seguimiento y advertir de forma antelada, el comportamiento de sus sectores.

En fin, todo aquello de lo que siempre nos dolemos después de que suceden los hechos, y una vez convertidos en historia nos muestran lo que hubiera podido ser y no fue…

En un despertar tardío que de haberlo anticipado evitaría ponernos afanosamente a tratar de convertir en benéfica circunstancia el desabastecimiento universal; combatir de esa forma el desempleo que de tiempo atrás endémicamente nos afecta, y a acopiar la riqueza que siempre nos hemos negado.

Así que, ¿qué esperamos aquí y ahora para orientar nuestro accionar en tal sentido?

Porque la realidad ya nos atropelló, y ésta no es coyuntural, ni circunstancia de corta duración pues deriva del aumento poblacional que continuará su creciente ritmo, y de la conversión de los productos del agro en fuentes energéticas sustitutivas del petróleo cuyo uso cada vez es menor y seguirá siéndolo, mientras nos decidimos a actuar.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME DÔME

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