Uno de “…esos que llaman caudillos…” *

Manuel José Álvarez Didyme

Si bien la mediterránea Bogotá, como cabeza de un país centralizado en extremo y la ciudad más densamente poblada y más desarrollada para entonces, fue la que en mayor grado padeció depredación y muerte aquel ya lejano 9 de abril de 1948, no es menos cierto que el resto de nuestras ciudades, -incluida esta musical Ibagué-, las pequeñas aldeas y los campos tuvieron que soportar con mayor o menor intensidad, la injusta violencia desatada a raíz de la muerte del “caudillo” a manos de aviesos criminales con desestabilizadores propósitos.
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Era la época de los carismáticos personajes de inflamado verbo e irresponsable desempeño, llamados caudillos, “más propios de un tango o de una milonga que de la política”, como los calificó Jorge Luis Borges, cuya aspiración de acceder al poder y llegar al gobierno se fundaba en mecanismos informales y difusos, que convocaban a desconocer el orden establecido, pues este, según ellos, provenía de minorías que habían arribado al gobierno, aprovechando las intestinas divisiones del contrario o por fraudes que el rudimentario régimen electoral facilitaba, o simplemente porque no estaban de acuerdo con él, o porque sí y punto.

Mientras que, por su parte, quienes por algún medio alcanzaban la mayoría en los comicios y mediante él, al gobierno, abusaban, maltrataban al contrario, discriminaban y procuraban perpetuarse en el poder a cualquier precio: la consigna de unos y otros era la dureza, como la del guapo de la película.

Irracionales pasiones, inmadurez política, falta de solidez institucional, desprecio por la regla de oro de la democracia, ignorancia invencible generalizada o proclividad a la violencia: cualquiera fuera la causa, lo cierto es que siempre había razones para el agravio, la calumnia, el aleve ataque al contrario o la trampa acompañada del retórico discurso que enardecía los espíritus entre banderas rojas o azules que dividían familias y en regiones enteras, enfrentaban comunidades y mantenían resquebrajada la noción de patria. 

En ese absurdo contexto, Jorge Eliécer Gaitán, -que así se llamaba el capitellium asesinado el día 9 de mes de abril, -hacer 73 años-, se inspiró y formó, al retornar de la Italia fascista en donde, y mientras adelantaba sus estudios de derecho penal, había visto y oído al Duce (guía de la República social italiana) Benito Mussolini, arengar las muchedumbres y encender las pasiones bajo los colores rojo y negro de los “fascios di combatimento”, un hirsuto grupo propio neofascista, pero tropical como el que más, llamado la UNIR (Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria), y luego bajo el inexplicable cobijo liberal de donde se escindió un multitudinario y amorfo movimiento de opinión para la conquista del poder llamado “el gaitanismo”, que en últimas fue el que llevó al violento asesinato de su líder, un crimen que aún hoy sigue sin resolverse por nuestra lenta justicia. Son ya más de siete décadas durante las cuales Colombia algo ha mutado, pero no hacia mejores estadios de civilizado desarrollo político, ya que pese a la fementida paz de Santos, subsisten los que por las armas quieren imponer su anacrónico credo y el imperio de unas minorías, siguiendo los poco edificantes ejemplos de la Venezuela de hoy y el de la Cuba de ayer; el delito crece pues pervive la ausencia de un aparato de justicia, y seguimos buscando razones para la división, la confrontación y el fraccionamiento, solo que ahora le hemos añadido al panorama, la violenta cultura del narcotráfico.

*Bambuco de Pedro J. Ramos

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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