Las “enseñanzas” de un paro

Manuel José Álvarez Didyme

Repudiable lección se le dio al país al enterarlo en la mañana del jueves, de la semana que culmina, del resultado de la violencia alcanzada por los participantes del paro denominado “nacional contra la reforma tributaria”, aupado por unos cuantos “precandidatos” en trance politiquero.
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Un pulso que concluye dejándole al futuro la perversa enseñanza que la violencia prima sobre la razón y la equidad, luego de lo que alguien –parodiando el conocido estudio de la Universidad de Harvard de “Cómo negociar sin ceder”-, bautizó lo sucedido como “cómo hacer ceder sin negociar”.

Todo ello refrendado por las expresiones de intolerancia e incivilidad de los líderes del movimiento, según las cuales, “en este país por las buenas no se logra nada”, como si Colombia necesitara de más cátedras de intolerancia e incivilidad.

Quiebra total del principio de autoridad y de las reglas del diálogo democrático que repercutió en cada una de aquellas ciudades que pensando en el bienestar de sus comunidades vienen intentando progresar ordenada y racionalmente como Medellín, Bucaramanga o Cali, entre muchas otras y algunas más que apenas están en las fases preliminares del propósito como la nuestra.

Una circunstancia que pone en evidencia que en Colombia coexisten diversos países, cada vez más distantes entre sí, así nos encontremos regidos por una normatividad aparentemente común y gobernados por un único grupo humano.

Grupo humano, principalmente asentado en la fría capital, con una concepción de la realidad que muy poco o casi nada corresponde con la del resto del país, con una sesgada visión centralista y para unos niveles de desenvolvimiento e ingreso distintos a los de las demás regiones, las cuales se miran con menosprecio, ignorando su circunstancia vital y las dificultades propias que estas han venido acumulando.

La mayoría de ellas carentes de infraestructura vial y de servicios, acosadas por la falta de empleo hoy incrementada por la pandemia y las múltiples violencias, en especial la guerrillera y la del narcotráfico y sin fuentes estables de financiamiento, con mínima autonomía para gobernar su propio destino, debiendo competir con productores más eficientes de países más ricos, las más de las veces subsidiados, por cuenta de Tratados de Libre Comercio, suscritos de manera ligera para beneficiar a unos pocos industriales capitalinos y de las urbes con mayor desenvolvimiento fabril.

Sin acatar lo que reiteradamente han señalado y siguen mostrando los analistas del discurrir económico: nuestra provincia y el campo, dadas la privilegiada ubicación geográfica del país, la existencia de tierras aptas para la producción de alimentos en toda clase de climas, la disponibilidad de mano de obra más o menos calificada por nuestra añosa tradición en las labores agrarias, la existencia de agua en suficiencia para cultivar bajo riego, que sí contaran con el suficiente apoyo y atención, bien podrían llevar a cabo una gran “revolución verde” en esta tierra.
Así que, ¿qué falta para hacerlo?

Despertar y antes que desgastarnos en violentas protestas, ponernos afanosamente a convertir en benéfica circunstancia el desabastecimiento alimentario universal; combatir de esta forma el desempleo que nos afecta, y a acopiar la riqueza que siempre nos hemos negado cual “estirpes condenadas a cien años de soledad”.
 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ

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