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Alterando con apremio los contenidos en todos los estadios del sistema educativo para incorporar en ellos valores positivos, procurando que de verdad arraiguen en la mente de la juventud en donde se erijan en baluartes del verdadero desarrollo democrático que el país merece, internalizándole el respeto del bien ajeno, mostrándole la perversidad del lucro sin esfuerzo y sobretodo insuflándole en la conciencia el valor de lo público.
Necesidad tan reconocida universalmente, como que se encuentra en el objeto que persiguen todas las naciones del orbe, por lo que resulta inexcusable no tenerla como norte indiscutido en un país que va camino a su disolución por la corrupción de su clase política y de los encargados de la función pública en todos sus niveles, tanto que un expresidente llegó a afirmar en lapidaria frase, que “aquí donde se mete el dedo sale pus”. Y es que yendo a las raíces de lo que hoy nos daña, más que la pobreza, es la falta de una sólida educación contra la desmoralización y la injusticia, origen de la exclusión y la miseria, volviendo al olvidado evangelio y que enseñe a compartir para evitar las disparidades que laceran socialmente.
Un destacado premio Nobel en economía decía que la educación en valores es la mejor solución en la lucha contra la corrupción, a lo que ha debido añadir, que así mismo resulta la mejor terapia contra la miseria, la violencia, la discriminación y el odio, latentes entre nosotros. Aclimatándola de verdad en nuestras instituciones, así ella no se vea, ni suscite grandes titulares de prensa. Educación en valores, pero acompañada de un eficiente aparato de justicia que los proteja y los haga resplandecer.
Porque -como también está suficientemente probado-, que al incremento de las acciones educativas y al mejoramiento de su calidad, corresponden, de manera casi que directamente proporcional, el mejoramiento de las instituciones encargadas de la participación ciudadana, haciendo que cada ciudadano cuente de verdad en los asuntos de la colectividad y no solamente ser contado en las encuestas de opinión y en las urnas.
Ello requiere un gran cambio de inversión en nuestros presupuestos y un análisis cualitativo de lo que hasta hoy se ha hecho en ese campo, acompañados de una objetiva y severa calificación de los procesos educativos y de un serio compromiso con el cambio cultural.
Nunca es tarde para intentarlo. Mejor hoy que mañana. Así que es hora de hacer funcionar la educación en tal sentido, aplicándonos para ello con la misma vehemencia para obtener la eficaz reanimación del aparato económico.
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