La “Economía Clínica”

El profesor Jeffrey Sachs es sin duda el economista que más ha estudiado los fenómenos de pobreza global. Su vasta experiencia asesorando países en dificultades lo ha llevado a ser un crítico de las recetas del Fondo Monetario Internacional, como son la disciplina fiscal, las privatizaciones y la liberación del comercio.

El profesor Jeffrey Sachs es sin duda el economista que más ha estudiado los fenómenos de pobreza global. Su vasta experiencia asesorando países en dificultades lo ha llevado a ser un crítico de las recetas del Fondo Monetario Internacional, como son la disciplina fiscal, las privatizaciones y la liberación del comercio. No porque ellas sean malas 'per se', sino porque a menudo ignoran las principales causas de la pobreza y no son por si solas suficientes para enrrutar una sociedad hacia el progreso. 

Su método para remediar la pobreza se denomina “economía clínica”, y consiste en aplicar los principios de la medicina clínica a la economía, como son el diagnóstico diferencial, la evaluación del entorno y el monitoreo. En el África, por ejemplo, los determinadores de la pobreza son la inseguridad y el Sida, en Mongolia, la infraestructura vial; y así, cada país, cada sector y cada comunidad tienen problemas distintos.

Cuando el profesor Sachs desarrolló su concepto de economía clínica en el 2005, en su libro “El fin de la pobreza”, el presidente Uribe llevaba años aplicándolo en sus incansable jornadas de diálogo comunitario. Por esa razón en el gobierno de Uribe hubo tranquilidad social. Caso contrario ocurre con el gobierno Santos, que es inaccesible al diálogo y ajeno a los problemas que aquejan a los sectores sociales y productivos. De tal suerte que con frecuencia destina los recursos en políticas equivocadas, y solo se entera de los problemas cuando la protesta social los hace evidentes.

El caso del sector agropecuario es ilustrativo. El gobierno le creyó el cuento a la izquierda de que el problema del campo se reducía al de la tenencia de la tierra y comprometió su agenda a una ley de tierras que de poco ha servido, pues con el incremento de la inseguridad los campesinos no quieren volver a sus parcelas, y más bien, ha deteriorado la confianza inversionista en el campo por las incertidumbres jurídicas que plantea. 

Pero además, se ha empeñado en discutir los temas del sector con los terroristas que tanto daño le hacen. Y mientras los funcionarios del ministerio se dedican a legitimar despojos de tierras, como ocurrió con la hacienda Las Pavas, o a ahuyentar la inversión en el campo, como ocurrió con Argos, nadie dialoga con los productores para ver si el problema es de sobreproducción, de importaciones por el libre comercio, de altos costos de los insumos, de asistencia técnica, de falta de integración industrial, de abuso o cartelización de intermediarios, de contrabando, de la revaluación, sanitario, de falta de infraestructura de almacenamiento que regule precios, de inseguridad, de falta de riego, de vías terciarias, de altas tasas de interés, de fenómenos climáticos etc…

El país necesita una verdadera política agropecuaria que sea el resultado de un análisis de Economía Clínica y consulte las realidades de cada subsector para lograr que todos tengan un mínimo de rentabilidad, y a la vez estimular sectores nuevos o incipientes que tengan posibilidades dentro del marco de los tratados de libre comercio. 

El campo no debe ser mirado como una fuente de problemas, por el contrario, con las políticas correctas puede ser una fuente de riqueza si promovemos el emprendimiento en sectores claves; el secreto está en apoyar los renglones existentes con subsidios priorizando los que son socialmente más sensibles; mientas se incentivan aquellos que tengan vocación exportadora, de tal manera que la rentabilidad de los últimos por efectos del mercado sea más atractiva que la de los primeros por efecto del subsidio. 

Pero para esto es necesaria una ayuda económica grande del Estado a estos nuevos emprendimientos mientras se ponen en marcha esos nuevos sectores. 

Credito
FRANCISCO JOSÉ MEJÍA

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