La hipocresía de la lucha contra el hambre

Nicolás Camargo

Absurdo, hipócrita e irreal. Ese es el panorama del hambre en el planeta. El 1% de las personas más ricas del mundo poseen el 44% de la riqueza global, según un reporte del año 2019 de la organización no gubernamental Inequality.
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Cifra que resulta paradójica, si se compara con que el 17,2% de la población mundial (1300 millones de personas) no tuvieron “acceso a comida suficiente y nutritiva” durante el mismo año, es decir población en alto riesgo de malnutrición por escasez de alimentos, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Incluso el mismo informe señala que por tercer año consecutivo, el número de personas en alto riesgo de malnutrición ha ido aumentando, sin que exista un compromiso real por parte de los gobiernos por acabar con el hambre. Panorama que será peor para este 2020, según la ONU.

Por su parte, en Colombia se calcula que al menos once millones de personas podrían estar en riesgo crítico de inseguridad alimentaria y que al menos el 10,9% de los niños y niñas del país presentan malnutrición crónica, “calculo preliminar y conservador” de acuerdo con un informe del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, publicado en abril de 2020. Más allá de estas cifras la realidad es una: cada año los pobres aumentan, más gente tiene menos que comer y, claro, también hay quienes mueren literalmente de hambre.

Todos esos estudios, informes y demás literatura técnica, sobre el “problema” del hambre, son una pérdida de tiempo, que intenta mostrar una aparente e hipócrita preocupación de los gobiernos y los millonarios por los desafortunados. No les interesa en lo absoluto resolver, lo que ellos han llamado problema, porque en realidad no lo es. Alimentar a 7500 millones de humanos no es un desafío. El mundo produce suficiente comida para hacerlo. O es que acaso no vemos a diario noticias de empresas derramando leche, quemando cultivos, desechando alimentos en perfecto estado, solo por querer controlar los precios.

 Es tan sencillo el tema que, por ejemplo, si en Colombia Luis Carlos Sarmiento Angulo, Jaime Gilinski Bacal, Julio Mario Santodomingo y Carlos Ardila Lülle donaran el 5% de su fortuna, cada uno, el hambre dejaría de ser un problema para esos 11 millones de colombianos. Dejaríamos de ver gente muriendo quemada mientras intentan saquear un carro volcado o las desgarradoras escenas de los niños y niñas desnutridos de La Guajira o el Chocó. Sin ir más lejos, en Ibagué en los barrios populares dejaríamos de ver tantos trapos rojos en las ventanas o gente viviendo de la caridad del vecino que tampoco tiene qué comer. Así de fácil, pero pues la conciencia colectiva aún no es tan alta. Por lo pronto, sigamos agradeciendo a los políticos por los mercados que regalan, comprados con nuestros propios impuestos. Ven lo ridículo que se lee eso después de saber que el hambre es un negocio.

NICOLÁS CAMARGO

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