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Es risible ver cómo algunos dirigentes políticos en nuestro departamento salen a medios de comunicación, se auto califican de honestos, probos, pulcros, desconociendo en absoluto la poca o nula credibilidad de sus palabras, ante la opinión pública, esa que sabia reconoce en comportamientos y hechos el actuar de quien con palabras intenta convencer de lo contrario. Señalar, juzgar, no respetar mínimas reglas y máxima normatividad, acerca de cómo definir a alguien por su proceder, se volvió acción recurrente de los que se hacen llamar “honestos”, creen que con eso lavan sus culpas, ocultan sus pecados o eliminan sus delitos.
Utilizan la palabra “presunción” para adornar el señalamiento o evitar la delictuosa conducta de sus palabras o calificativos, como si el ordenamiento jurídico colombiano no fuera garantista en la protección de derechos, sino inquisidor en la presunción de condena. Que corrupción tan grande la de aquel que juzga, que condena a razón de contradicción ideológica o de distinto criterio, muy seguramente sus hechos y sus obras al revisarlas, nos hablaran de su gran virtuosismo para hablar y parecer, pero poco para hacer.
Debemos propender por una sociedad más ocupada en el hacer, en demostrar con hechos su discurso, una sociedad que respete el ordenamiento jurídico, lo atienda, no lo presione y lo defienda. Los valores deben ser profesados en palabras y reflejados en conductas y hechos, los ciudadanos cada día mas exigentes quieren dirigentes cercanos, humanos, pero sobre todo coherentes, entre lo que dicen y lo que hacen. No basta solo parecer, hay que ser, pero más HACER.
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