Crispar, tensar, polarizar

Guillermo Pérez Flórez

El 2 de octubre de 2016 se produjo en Colombia un hecho inesperado, el triunfo del NO en el Plebiscito por la Paz, la bomba política del año, dentro y fuera del país. Días más tarde, el gerente de la campaña del NO, Juan Carlos Vélez, confesó en un reportaje concedido a El Colombiano cuál había sido el secreto: “Conseguir que la gente saliera a votar berraca”. Producir indignación, a partir del odio a las Farc y la impopularidad del presidente Santos.

Mucho se ha escrito sobre este episodio que polarizó políticamente a Colombia, de una manera que quizás no se veía desde los años cincuenta del siglo XX, cuando liberales y conservadores se atravesaron a machete y bala. Por fortuna, la madurez política adquirida nos blindó de llegar a esos extremos. El hecho aludido fue analizado por politólogos de medio mundo que encontraron similitudes con el “Brexit” en el Reino Unido, el referendo para decidir sobre la salida o permanencia dentro de la Unión Europea. Allí, un partido de extrema derecha, xenófobo y anti-europeísta, el UKIP (el Partido de la Independencia del Reino Unido), con una exigua representación parlamentaria – solo un diputado – lideró la victoria y sumió al Reino Unido en una profunda crisis política de la que aún no sale.

El Brexit y el Plebiscito por la Paz tuvieron en común ser una decisión más emocional que racional. La estrategia revelada por Vélez – la de provocar indignación – es antigua, pero tiene de novedoso el elemento tecnológico. Hoy los ciudadanos pueden expresar sus opiniones y emociones en tiempo real, a través de las famosas redes sociales, aguijoneados casi siempre por noticias falsas o deformadas, que provocan ira y odio. Es un fenómeno interesante, objeto de análisis de la ciencia política, que fue refrendado en EEUU por la campaña xenófoba y nacionalista de Trump. Si se analiza bajo este prisma la política contemporánea se encontrará que esta se ha instalado, esencialmente, en el mundo de las emociones, y que los referentes partidarios, ideológicos y programáticos han pasado a segundos planos. El secreto está en crear narrativas, categorías y dispositivos retóricos de fácil asimilación y reproducción por el ciudadano promedio (que casi siempre carece de tiempo para leer y hacer análisis complejos), que puedan hacerse “virales”, con frases efectistas y caricaturas, es el triunfo de los “memes”.

El sobredimensionamiento del caso Santrich, la satanización de la Justicia Especial para la Paz (JEP) y la crítica destructiva a algunas sentencias y decisiones de las altas cortes que hoy presenciamos son parte de un objetivo estratégico y otro táctico. El primero, provocar un estado de conmoción y deslegitimación de la constitución del 91, para justificar una asamblea constituyente, y tratar de superar la carencia de mayorías en el Congreso; y el segundo, conseguir que en las elecciones de octubre “la gente salga a votar berraca” (sin que repare la ausencia de programas y propuestas), “nacionalizar” las elecciones regionales y locales. La estrategia fue exitosa en 2016 y 2018. Para esto han reeditado la crispación, la polarización y el odio. ¿Funcionará esta vez?

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