Al rayar el día

Polidoro Villa Hernández

Quienes han estado clínicamente muertos y recuerdan que solo alcanzaron a llegar a la entrada del beatífico túnel que lleva a celestial paraíso, refieren que toda su existencia pasó en detalle por su mente, en un instante. Cosa rara, pocos revelan por qué los devolvieron; los politiqueros, nunca. Seguro que malas acciones y omisiones cuentan para no merecer el tiquete que lleva a las almas justas a una eternidad sin cuatro por mil, elecciones amañadas, virus, especuladores, ni intereses de mora de tarjetas de crédito.
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Se recuerda eso, porque cuando hoy se abren tantas y ominosas incógnitas hacia el futuro, ese ‘instante’ se amplió: ahora se llama cuarentena. En las charlas y mensajes que intercambian quienes nerviosos creen tener la espada de Damocles sobre su cabeza, es repetitivo el rememorar y justificar lo que han sido sus vidas. Algunos, tienen hasta reservas sobre su periplo vital.  

Otros, que mantienen la actitud: “Que sea lo que Dios quiera” -como decían antiguos navegantes aventureros que salían del puerto, sin saber a dónde iban a llegar-, comparten añejas evocaciones: oxidadas milongas, y muchas canciones cuyas letras tenían esencia: Agustín Lara, Virginia López, Alfredo Sadel. Y algo de rock and roll... Es válida la nostalgia como hipnótico para aquietar el espíritu ante el letal enemigo.

En un WhatsApp, alguien me confía: “Me duermo rapidito, como huyendo de algo, y despierto al rayar el día; extraño el cantar de los gallos y el ladrar de los perros en el vecindario de mi niñez; abro un solo ojo, miro si sigo en mi casa, toco un bultico tibio a mi lado, mi mujer, y hasta allí voy bien. Pero, luego, recuerdo que el engendro sigue ahí...”

Un sonido que estimula a quienes comenzamos el día leyendo el periódico, es sentir el rozar del diario contra el suelo al entrar por debajo de la puerta. Justo es decirlo: recibir “El Nuevo Día”, temprano, ‘a la hora de siempre’, tiene un valioso efecto tranquilizador al comenzar la jornada. Transmite la temporal sensación de que en Ibagué las cosas siguen normales, que nada altera la rutina, y que recibimos, además, una estimulante dosis de información profesional sobre múltiples temas que nos distraen y acercan a nuestro terruño.

No es fácil ejercer el periodismo en esta difícil coyuntura. Por ello, directivos, periodistas y todo el personal, merecen nuestra gratitud por entregarnos a tiempo el diario, con los riesgos que corren. Y jamás deberá olvidarse la entereza de la misión social de “El Nuevo Día”, en el pasado y el presente, de develar las asechanzas de corruptos ‘liderazgos’.

Es posible que lleguen días aciagos, pero lo que uno percibe, es que los viejos Ibaguereños muestran mucho aplomo. Tanto es así, que en el curtido grupo de los Sabios de La Pola, ninguno ha hecho testamento. Y no es por apego a los bienes materiales, es un acto de fe de veinticuatro quilates por la vida.

POLIDORO VILLA

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