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La razón de tal duplicidad era sencilla: el santofimismo estaba allí en manos de dos irreconciliables contendores, a cuál más convencido de contar con las preferencias del jefe: la diputada Martha Esperanza Ramos y el exsenador Julián Maclín Cortina, quienes, al no poderse poner de acuerdo en torno al desarrollo del evento, montaron cada cual su propia tarima, asegurando que sería en la suya en la que aquel preferiría subirse.
Quienes carecíamos de velas en ese entierro, pues estábamos presentes más por saber a favor de quién se dirimiría aquel entuerto, tuvimos la fortuna de ver recompensada nuestra espera con la fortuna de ver llegar al tribuno, ¡a las once de la noche!, en compañía de sus dos dirigentes díscolos, uno a su derecha, otro a su izquierda, y cada uno con el convencimiento intacto de ser el dueño exclusivo de las publicitadas preferencias, aunque ambos dispuestos a disfrutarlas en común en una esquina neutral de la plaza. A eso le llaman pragmatismo.
Algo distinto ocurrió en Ibagué en la pasada visita de Petro y Luis Fernando Velazco. Distinto porque para estos aspirantes presidenciales no hubo ya dos tarimas, solo una; y porque, a su espera, en vez de dos dirigentes, no hubo ni siquiera uno, lo cual resulta curioso porque lo que suele ocurrir es que quien respalda a un líder aspire a que este, enterándose de la fortaleza de su respaldo, le permita salir con él en la foto, que para lo demás hay tiempo.
Pues eso no ocurrió. Ni siquiera hubo fotos, y en la tarima solo estuvieron los dos oradores. ¿Razones? Nadie las da. Seguramente Petro, conocedor de que quieren envenenarle su lista del Pacto Histórico a la Cámara con una candidata insuflada por Cambio Radical, haya preferido estar solo antes que mal acompañado. Él también sabe ser pragmático cuando es necesario.
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