Lecciones del vecindario

Rodrigo López Oviedo

La primera vuelta de la elección presidencial chilena, celebrada este pasado domingo, confirmó lo dicho por las encuestas: que José Antonio Kats y Gabriel Boric encabezarían los resultados de las urnas. No en vano fueron los protagonistas de la campaña electoral con mayor polarización que haya habido entre izquierda y derecha desde cuando Augusto Pinochet entregó el poder. Será, entonces, uno de estos candidatos el que, a partir del próximo 19 de diciembre, fecha de la segunda vuelta, marque la historia del Chile de los años venideros.
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La campaña fue una franca disputa entre dos modelos de sociedad: uno, conservador de los actuales privilegios, el defendido por Kast, en nada diferente al que han venido padeciendo los chilenos desde el magnicidio de Salvador Allende; y el otro, el de Boric, bastante distinto en propósitos, pues pretende garantizar el mejoramiento de las condiciones para el ejercicio de los derechos sociales y políticos y la reorientación de los satisfactorios índices de desarrollo macroeconómico de este país hacia el mejoramiento de los estándares de vida de la población, cuyo nivel actual lo tienen compartiendo con Colombia y Haití el podio de los países más desiguales del continente.

Así mismo, en Venezuela se vivió una jornada igual, aunque exclusivamente orientada a la elección de las autoridades ejecutivas y organismos colegiados de carácter regional y municipal. Fue también un proceso electoral celebrado en paz, en nada parecido a las condiciones traumáticas que anticipaban los críticos de Maduro.

Los resultados, en cambio, sí fueron los previstos: baja presencia de los electores en las urnas, aunque superior a la de Chile y no muy distante de la que suele presentarse en Colombia, y malos resultados para la oposición, que, dividida hasta la médula, no pudo armonizar sus dispersos intereses en unas pocas candidaturas, lo que produjo confusión en su electorado y la derrota en 21 de las 24 gobernaciones, incluida Caracas, la capital. Aún no se conocen los resultados de Alcaldías ni de cuerpos colegiados, pero lo de esperar es que se presente una derrota igual para la oposición y el agotamiento, ojalá definitivo, de su perorata sobre el fementido carácter dictatorial del gobierno de Maduro.    

En estos dos procesos electorales, Chile y Venezuela dejaron una evidencia clara de que sí es posible la confrontación político-electoral, con todo y las desbordadas pasiones que a veces lleva implícitas, sin que necesariamente tengan que derivar en derramamientos de sangre, como ha sido frecuente en Colombia. Ojalá lo pudiéramos asimilar entre nosotros, y actuar en consecuencia, aunque bien conocemos las dificultades que hay para que así sea, dada la naturaleza criminal de quienes defienden el orden establecido.

 

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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