Acerca del partido único de las fuerzas progresistas

Rodrigo López Oviedo

Entre los acuerdos del Estado con las FARC-EP, el de la apertura democrática fue tal vez el que más ilusiones despertó entre los colombianos, pues sembró en sus corazones la esperanza de poder contar al fin con un escenario político en el que no hubiera campo para la violencia como método para dirimir las diferencias entre los defensores del statu quo y los impulsores del cambio social.
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Desafortunadamente, tal punto de los acuerdos, al igual que los demás, fue asumido con total indolencia por el gobierno de Santos, que fue quien los suscribió, y ni qué decir por el de Duque, que había llegado al gobierno en representación de quienes unos meses antes habían votado NO a la paz en el referendo equivocadamente convocado por Santos.

Afortunadamente, ahora al frente del gobierno estaba Gustavo Petro, quien desde un comienzo presentó al Congreso un proyecto de Acto Legislativo mediante el cual buscaba, entre otras medidas, promover la participación política de la población, transparentar el sistema electoral y proscribir la financiación privada de las campañas electorales.

Por supuesto que esperar de una oposición congresual como la que hoy tenemos la aprobación de tal proyecto era pedirle peras al olmo. Una vez conocido este, sus enemigos se dieron a la tarea de llenarlo de basura, a tal punto que los defensores prefirieron hundirlo antes que verlo convertido en el esperpento en que a todas luces aquellos lo estaban convirtiendo.

Ahora estamos ante una nueva propuesta de Petro: Transformar la coalición del Pacto Histórico en un partido en el que quepan todas las fuerzas progresistas del país.

Se trata de una iniciativa a la que hay que dedicarle algunos cuantos desvelos, pues su concreción podría servir, además de instrumento para los propósitos buscados, también de antídoto contra esa antropofagia política que tanto escepticismo ha causado cuando se habla de unidad a una ciudadanía que ha navegado sin rumbo en el mar de enfrentamientos que ha sido tan común entre nuestros dirigentes.

De tal iniciativa, el Polo Democrático Alternativo representa un buen antecedente. El Polo surgió de una alianza política que quedaba sin posibilidad de mantenerse, ante una reforma constitucional que prohibía coaligarse a los partidos con votación superior al 15 por ciento del total depositado en las elecciones anteriores.

Esa norma, aún vigente, hace imposible que el Pacto Histórico sobreviva, a no ser que se convierta en un partido como lo quiere Petro; y obliga a estudiar la experiencia del Polo como un posible camino para hacer realidad su creación. ¿Que se presentarán inconvenientes para lograrlo? Claro que sí. Pero ya aparecerán las fórmulas que permitan resolverlos.

Rodrigo López Oviedo

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