Palabras inútiles

Difícil imaginar un lugar sobre la Tierra en donde se cocinen toda clase de intrigas, conspiraciones y traiciones –para no hablar de otras conductas mayores de la historia criminal milenaria-, que en el seno de la Iglesia Católica.

Y no es para menos en una institución que ha sido por siglos la dueña del mundo Occidental, de lo sagrado y de lo profano.

Si bien ha sido largo el proceso de civilización, que llevó al Estado absolutista (es decir, al progresivo dominio laico del poder, de la dolorosa separación entre Iglesia y Estado, de la gestión y administración de los monopolios de los medios fácticos de la fuerza, del territorio, los medios militares, fiscales, jurídicos e ideológicos), no se puede dar aún por terminado.

El Vaticano ha pasado por muchas crisis, más o menos fuertes, de las que ha logrado salir avante, pero que han dejado profunda huella en el seno de la cristiandad católica.

No es solo el problema de su extrema intolerancia, como si fuera una virtud para estar más cerca de la puerta del cielo, sino el resultado de una oleada incontenible de corrupción.

Desde hace décadas se han denunciado y documentado los pecados-delito de la pederastia, de los que siempre se hacía la vista gorda, hasta cuando el tamaño del mal no pudo ocultarse más.

Ahora las conductas más abyectas del poder civil también afloran en las conductas cotidianas de hombres poderosos, que han incurrido en ardides non sanctas de las finanzas del llamado Banco Vaticano –en otros tiempos se decía que Suiza lavaba más blanco- y ahora, para colmo, la confianza del entorno personal y del círculo de las acciones secretas o reservadas del despacho papal, del resorte íntimo del poder estatal de la Santa Sede, ha sido quebrado.

No se está descubriendo el agua tibia, sino que ahora todo se sabe más rápido y es casi imposible guardar u ocultar esta información.

Y por supuesto el daño es inmenso, pues quiebra cada vez la fe de los creyentes. Es ingenuo creer que esto solo ocurre en el seno del catolicismo. Ocurre en otras religiones, y en donde quiera que el poder aborrezca los controles.

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Credito
Ernesto Rueda Suárez

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