La encrucijada del 17

Nelson Germán Sánchez

–Gersan-

Creo que pasada la primera vuelta presidencial, millones de colombianos quedaron justo donde no querían: tener que decidir por dos extremos; y saber que se debe participar por el convencimiento democrático y el respaldo a las instituciones que son, en últimas, las que no permiten que el país se descuaderne más.

La decisión de esos millones no es nada fácil porque es tratar de decidir por lo que consideran el mal menor, pero de todas formas mal. Ya no votar por convencimiento de que las propuestas de gobierno y posturas de liderazgo de los participantes -que ya han quedada más que claras por la sobreexposición mediática, en plazas públicas y en redes sociales de los últimos meses- son las mejores o buenas.

No es del voto reposado, sopesado, tranquilo, analítico y por convencimiento el que uno escucha que amigos, vecinos, conocidos y familiares depositarán en las urnas, sino el de estar en contra de uno de los dos contendores en disputa (Duque-Petro), el que comienza a imperar.

Las dos opciones vigentes llevaron a una especie de callejón sin salida, es decir, la que ofrece Uribe con sus “buenos muchachos”, tiempos densos y prácticas no santas desde la Presidencia misma, y la de una izquierda exagerada en sus resultados de administración pública, hiperbólica y fantasiosa, que se victimiza para no acatar la Ley. En no permitir críticas, hacer su terca voluntad por encima de todo y echarle el pueblo encima al que no se alinea con sus visiones, las dos opciones son muy parecidas y el país las ha probado a perfección.

Para unos, hacerlo por el primero significa más de lo mismo, estancamiento social, retroceso en libertades y derechos; mientras hacerlo por el segundo podría ser dar un salto al vacío que no generaría cambios justos sino fracasos estruendosos en la democracia y la economía. Sobre ellos no habría un exceso de confianza sino una enorme desconfianza para quienes no los votaron en primera vuelta. Por ello, la decisión de millones no está nada fácil y es extremadamente complicada porque en el imaginario colectivo es como tener que escoger para votar entre “Lord Voldemort” o “Sauron”, “Darth Vader” o “Thanos” para dirigir el país en los próximos cuatro años.

En fin, lo del próximo 17 de junio no es a favor sino en contra de quien votar. Definitivamente es como votar por el contrincante de quien en la esfera íntima no se quiere que llegue a ser Presidente dado su pasado, sus compañías o sus idearios políticos.

Afortunadamente para otros quedan aún opciones como el voto en blanco, la más vilipendiada por estos días, porque no goza de efectos jurídicos vinculantes en esta segunda vuelta presidencial, aunque sí de efectos políticos. ¿Por qué? Porque de llegar a ganar el voto en blanco por encima de los dos candidatos, esto no hablaría solamente de su ilegitimidad en el cargo por falta de respaldo popular, sino además de que no goza de credibilidad para hacerlo, por ejemplo. A propósito, esto nos lleva a reflexionar sobre la absurda y torpe propuesta del magistrado del Consejo Nacional Electoral, Armando Novoa, de eliminar la casilla del voto en blanco que aparece en el tarjetón electoral de la segunda vuelta.

Uno se pregunta ¿De verdad, en serio, ese señor es magistrado del Consejo Nacional Electoral?. De por Dios, un magistrado, de la entidad que debe respaldar, garantizar y promover la garantía democrática para los ciudadanos con semejante idea tan ramplona. Ese señor olvidó la evolución misma del voto y la expresión popular, de la voluntad del constituyente primario que se da a través de este tipo de acciones, que además son un indicador de cómo se siente el ciudadano frente a gobiernos y estados. Será que por su cabecita de magistrado no pasó que esa eliminación puede estimular el abstencionismo, los votos no marcados o anulados o lo hizo con esa intención. Nuestras instituciones son tan amplias que dan hasta para mantener este tipo personajes. En fin, lo cierto es que hay que salir a votar.

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