Historia de mis libros

Benhur Sánchez Suárez

Son muchos los que me acompañan hoy. Me rodean en una habitación que hace las veces de estudio, donde escribo y pinto, estrecho pero feliz. Ahí se amontonan en un orden que solo entiendo yo. Creo que son miles. De esos ya obsequié cuatrocientos títulos para una biblioteca en formación en Ibagué. Lo hice porque ya no tenía espacio dónde colocarlos y se habían desbordado hasta mi sala.

Ahí es donde empieza hoy mi biblioteca personal. Incluso llegué a soñar que mis muebles fueran también anaqueles para ellos.

Me alegra que sean niños y jóvenes los que accedan a esos libros donados que, de otros aportantes y los míos, forman una biblioteca pública.

Precisamente así comenzó mi pequeño santuario de palabras. Con los libros que había atesorado Serafín en un estante sobre un escritorio caoba, que él dejó abierto para nuestra diversión.

Su ejemplo de lector se transfirió a sus hijos.

Algunos títulos de esa herencia maravillosa aún están conmigo: “Los tres mosqueteros”, de Alejandro Dumas, “Barrabás” de Par Lagerkvist, “María”, de Jorge Isaacs, “La vorágine”, de José Eustasio Rivera, “Saudades tácitas”, de José María Vargas Vila…

Después comencé a comprar los míos, con base en mi salario. Escuchaba a los escritores consagrados sobre sus lecturas y trataba de adquirir algunos de esos títulos.

Los clásicos, que no tenía Serafín, comenzaron a dilatar el listado de mis lecturas. Y a pesar tanto, que lo más difícil cuando tenía que trastearme de casa o de ciudad era mi biblioteca, aunque era la primera en estar lista para abordar el camión que trazaría mi futuro.

Con el paso de los años comenzaron los obsequios. Mis amigos me entregaban sus libros en una profusión inigualable. A veces me los entregaban en los actos de lanzamiento, otras me los enviaban por correo, algunos me los llevaban en persona a la casa. Recuerdo en Bogotá a Pedro Gómez Valderrama atravesar el antejardín, golpear en la puerta y dejarme su más reciente título. Lo vi porque, por coincidencia, iba para mi casa y en la esquina quedé paralizado al observar a ese pilar de la literatura colombiana acercándose para dejarme su más reciente publicación.

Así fui acumulando tantos, que ya es imposible que los lea. En verdad, muchos se quedarán vírgenes en los anaqueles porque no alcanzaré a leerlos. Algunos los comentaré para los periódicos donde colaboro. Los que no, que me perdonen.

Sé que reprochan mi abandono desde sus estantes. Porque son mis amigos.

Ojalá sean parte de una biblioteca pública. Así seguirán viviendo en otros estantes, con otros lectores y otro clima.

¿Quién más querrá tenerlos, en este tiempo de espacios reducidos y bibliotecas digitales?

No lo sé. Aún no sé el futuro de mis libros.

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