Las lágrimas del Presidente

Estoy plenamente convencido de que el ser humano es capaz de alcanzar la paz y encaminar sus esfuerzos hacia la conquista de la felicidad, entendida esta como el desarrollo pleno de todas sus potencialidades y el disfrute de los avances y conquistas de la humanidad.

Este convencimiento nada tiene que ver con posturas religiosas, pues por el contrario, gran parte de los males que nos aquejan son fruto de los dogmatismos que pregonan los credos.

La utopía en la que creo y por la que lucho, implica un respeto por la forma de pensar del otro y una tolerancia irreductible por las alternativas que adopte en la búsqueda de los caminos de la equidad social, excepto el uso de la violencia que atente contra la vida de seres humanos.


Por eso me duele, tanto el campesino vestido de camuflado que cae defendiendo la abstracción de una patria de la que se cree hijo, como el guerrillero que siente florecer la muerte con la seguridad de que también construye un mejor futuro.


Esta estúpida guerra de la que no ha podido liberarse el país, ha hecho estragos en la condición de los seres sentí - pensantes. En mayor o menor medida nos hemos ido alineando en uno de los bandos y las grandes mayorías no aceptan a los otros, porque como lo dijera Freud, “la guerra hace que vuelva a florecer el hombre primitivo en nosotros”, por eso se actúa en nombre de la libertad, apagando su antorcha; se esgrime la democracia impregnándola de corrupción y se  invoca el futuro cegando el presente.


El mejor ejemplo de esta degradación moral nos lo dio el Presidente de la República, cuando afirmó en días pasados, para la cadena Cablevisión que había llorado ante la confirmación de la muerte de Cano y cualquiera creyera que este noble acto era la demostración de las excelsas calidades humanas de quien nos gobierna, pero a renglón seguido explicó que estas lágrimas testimoniaban la emoción de haber concluido exitosamente un propósito iniciado dos años atrás.


Sentir júbilo por la muerte del enemigo es una indignidad del ser humano. Las reflexiones de Sigmund Freud son contundentes: “Solo una persona dura o mala  cuenta con o piensa en la muerte del otro. Personas más sensibles y más buenas, como todos nosotros, se resisten a estos pensamientos, especialmente cuando la muerte del otro podría proporcionarnos una ventaja en cuanto a nuestra libertad, posición o riqueza”.


Esta y otras muertes son los tizones que avivan la hoguera, la que seguirá incinerando sueños, hasta tanto el dolor por la muerte del otro, sin importarnos de que bando sea, no nos conmueva y produzca lágrimas auténticas.


(*) Profesor asociado UT.
lcelemin@ut.edu.co

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN (*)

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