¿Y el sistema educativo?

La renuncia pública del profesor Camilo Jiménez de su cátedra en la Universidad Javeriana, porque no pudo lograr que sus alumnos en un semestre escribieran un párrafo correctamente, ha despertado una polémica en el país.

La renuncia pública del profesor Camilo Jiménez de su cátedra en la Universidad Javeriana, porque no pudo lograr que sus alumnos en un semestre escribieran un párrafo correctamente, ha despertado una polémica en el país. Diferentes posiciones se han expresado,  en un ejercicio que resulta interesante, si se logra traspasar el show mediático montado a partir de este hecho y los villancicos y luces decembrinas no obnubilan la discusión.

Se queja el profesor Jiménez de la ausencia de curiosidad y de crítica de un grupo de jóvenes de los estratos altos, que se han convertido en los “nativos digitales” y con los cuales resulta difícil comunicarse. Este grupo de privilegiados, sin embargo, no es capaz de lograr escribir un párrafo aceptable.     Entre las posibles causas Jiménez cita la injerencia del Google, el “sabelotodo”, quien resuelve las inquietudes escolares, pero también mata el espíritu investigativo. También se da el desvío de la atención hacia cosas intranscendentes como las redes sociales, el blackberry. No se participa en las discusiones, y cuando se hace no hay argumentos. Pero independiente de estas razones existe una variable de mayor peso que no se trae a la discusión, se trata de las políticas que sustentan el modelo educativo.

La educación que se impone actualmente tiene que ver con la preparación de los jóvenes para que asuman sus roles en la sociedad, no para que interactúen crítica y creativamente en la transformación de la misma. El columnista de El Espectador Alejandro Gaviria considera que la “perorata” de Jiménez implica no tanto a los estudiantes, como a los profesores y trata de justificar a los primeros  con el argumento que cada generación es dueña de su tiempo. Otros jóvenes a través facebook o twiter, defienden su “libertad” a expresarse de determinada manera y mi compañero y amigo Benhur Sánchez hablaba ayer de la lección de honestidad y ética que nos dio el profesor Jiménez. Todas estas opiniones son respetables y hacen parte de los insumos de un debate que estamos en mora de generar, pero necesitamos que muchas voces se levanten para defender una educación que haga énfasis en la lectura y en la escritura, como elementos imprescindibles para la adquisición de conocimiento, la interpretación de la realidad y la construcción de la imaginación y la fantasía.

Las políticas educativas están dirigidas a preparar ejércitos domesticados para la producción rutinaria y a lo sumo para atender bienes y servicios, campos en los cuales el componente educativo no requiere elevados niveles. Significa esto que la formación tiene un claro sentido instrumental, pues no se capacita a los jóvenes para que asuman, lo que Miguel de Zubiría denomina “trabajos simbólico- analíticos”, en los que se pone en juego “el uso creativo del conocimiento”.  

El tipo de lectura que se promueve, desde las mismas agencias internacionales que manipulan  la formación de los seres humanos, es lo que Cruz Kronfkly denomina “Lectura funcional”, y que “solo alfabetiza  para la producción y el consumo”, pero no para “el desciframiento del mundo”, tarea más compleja que reivindica la palabra bien escrita, como el mecanismo insustituible para acceder a lo desconocido, a lo posible e imposible, a la ciencia, a la técnica, el arte, pero también a la fantasía y a los sueños.


(*) Profesor Titular  UT.
lcelemin@ut.edu.co

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN (*)

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