La estética del desaliño Profesor Titular UT

En su columna del pasado sábado en Babelia, suplemento cultural de El país, el escritor y académico español, Antonio Muñoz Molina, se refiere a la nueva estética que se expresa en las edificaciones y espacios públicos y privados de las ciudades y pueblos españoles.

Afirma Muñoz que, “sin que nos diéramos mucha cuenta, nos hemos ido rodeando e invadiendo de un océano de fealdad” y la denomina como la estética del desaliño.

Al caminar por el recién remodelado Parque Murillo Toro me asaltó la misma idea y además me llené de nostalgia al recordar las fotografías del tigre Camacho de inicios del siglo pasado en el que las palmeras enhiestas desafiaban las alturas, los árboles amainaban el impacto de la lluvia y absorbían la contaminación de los pocos automotores que merodeaban los flancos adornados de materas.


También recordé mis años infantiles en que el frondoso mango hospedaba los cientos de loros que lo convertían en escenario de sus conciertos crepusculares, mientras en las noches cálidas Milton Erre, matizaba las frases con que presentaba a los cantantes colombianos de moda.


Con el tiempo vinieron las remodelaciones y la naturaleza fue desapareciendo como eje del diseño. Los colores, las flores y las texturas dieron paso al cemento, el granito y el concreto.


Se abandonó su concepción de centro de encuentro con el entorno natural y de espacio de relajación para que aparecieran otras destinaciones y el mango centenario no pudiera soportar esa afrenta diaria de los depredadores y se dejara morir como protesta contra una sociedad negligente, que ni siquiera respeta sus espacios de tregua y recreación, que son en últimas los propósitos que cumplen los parques.


La vacilante hibridez del Murillo Toro (ni parque, ni plaza) ha propiciado ese modelo que nos acaban de entregar.


El falso mármol, y las superficies lisas han configurado las pistas perfectas para las prácticas del “Skate”, es más, todo el conjunto en sus tres niveles parecen haber sido pensados como un “Skatepark”, para que esos jóvenes desafiantes y sudorosos se lancen a la conquista del abismo y el golpeteo de sus tablas ahoguen el graznido de los aves que se asilan en las pocas ramas que les dejaron.


Entre tanto las fuentes de agua siguen derramándose sin control y sin que logren el cometido de suavizar el clima, para que cientos de desempleados den una tregua a sus frustrados intentos de presentar ilusorias entrevistas, y ocasionales turistas descansan algunos minutos en las incómodas bancas sin espaldares que le planearon al ocio.


Parafraseando a Muñoz Molina podemos decir que el Murillo Toro es “un monumento histórico rodeado de horrores y aislado del ecosistema en el que tuvo sentido”.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN

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