¿Qué les queda a los mayores?

Esta pregunta la hago a los hombres y mujeres de mi generación y es una parodia al título de un poema de Mario Benedetti que inicia cada estrofa con el interrogante ¿Qué les queda por probar a los jóvenes?

No tenemos una respuesta al porqué, pues todavía no terminamos de sorprendernos de lo que le está ocurriendo a la juventud en su desbocada carrera hacia el hedonismo y a la plena satisfacción de sus deseos, pero también a quienes le apuestan a  la construcción de una sociedad que los incluya y que sea más equitativa en todos los campos.

No se trata de realizar una mirada desde nuestras perspectivas, sino entrar a comprender este fenómeno  desde todas las aristas que presenta y aceptar que, de alguna manera el problema se nos salió de las manos y ahora queremos remediar sus consecuencias, rasgándonos las vestiduras ante el aumento de la delincuencia juvenil, el suicidio, el atentado contra la vida de seres humanos.


Quienes ejercemos la docencia hemos presenciado cómo se han deteriorado los mecanismos de control  de las manifestaciones juveniles y cómo se han desbordado principios que antes consideramos inamovibles y que ahora son archivados por esa generación que nos enrostra nuestra hipocresía; que nos habla de haberla abandonado en los brazos de la tecnología y hacerlos verdaderos autistas; de no haberle dado el calor permanente  de una amistad que le enseñara el valor de compartir los pocos o muchos bienes materiales y les explicara que la posesión de los mismos no es el fin de sus existencias, sino simples accesorios en sus verdaderos proyectos de vida.


Cada que cae un joven en los campos de combate, independiente del bando que defiendan, debe dolernos porque es una vida perdida por la estulticia de una guerra sin sentido. Cada que escuchamos la voz de un joven que dice no querer vivir en esta sociedad mezquina, debemos reflexionar sobre lo que hacemos o dejamos de hacer para lograr una verdadera inserción en el empleo digno, el estudio y la participación en las decisiones del poder político y social.


A los mayores nos queda la gran tarea de replantearnos la formación de las nuevas generaciones; de lograr que ellas se articulen en la construcción de la sociedad, sin hacerles trampas, ni usarlos solo para que voten. Los mayores debemos abrirnos  mentalmente para comprender las nuevas lógicas de los jóvenes,  rescatar el valor del acompañamiento y la amistad, restituir los núcleos familiares desechos y empujarlos para que conquisten y diseñen estrategias que hagan posible este país, con espacios para la convivencia y sin las pretensiones de  hacerlos a imagen y semejanza de nosotros.


Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN *

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