La frágil memoria de la prevención

Veinticinco mil muertos no han sido suficientes para que los colombianos y, en particular, los tolimenses, no hayamos aprendido la lección de que la naturaleza es inexorable y cobra las vacilaciones y la falta de prevención.

Somos incrédulos para visualizar las consecuencias que puede traer un fenómeno natural, pese a que con frecuencia debemos presenciar los deslizamientos, las avalanchas, inundaciones y  crecientes con su saldo trágico de pérdidas humanas.

El llamado hecho en septiembre y octubre del año 1985 previniendo sobre los posibles efectos de una erupción del nevado del Ruiz, no fueron escuchados por los políticos y administradores de los municipios afectados.

Pero por encima de su escepticismo la avalancha borro a Armero del mapa de nuestros afectos, se llevó a varios amigos, conocidos y a una población dócil que jamás creyó en la magnitud de una erupción y, en cambio, si le hicieron caso a las versiones  de  políticos y  religiosos que llamaron a tener una cordura irresponsable.

Pasada la tragedia nos convertimos en expertos. Las instituciones se dieron a la tarea de adelantar sus planes de emergencia y el lenguaje de la prevención comenzó a ser parte de nuestra cotidianidad.

Fuimos modelos de planes y simulacros y se nos tuvo como referencia para afrontar desastres naturales.

Sin embargo el paso del tiempo y el olvido como una peste fue suprimiendo todos los avances y logros alcanzados y la abulia, nuestra vieja compañera, se encargó de ir diluyendo de nuestra memoria a corto plazo, aquellas escenas macabras y el impacto sicológico, social, económico y cultural que significó la tragedia.

Ahora, cuando el volcán nevado del Ruiz comienza a desperezarse y de vez en cuando lanza un leve aullido, acompañado de fumarolas, se revive en nosotros el miedo a una nueva erupción y nos ponemos en la tarea de retomar planes de contingencia, desempolvar manuales y en volver a hablar de los riesgos naturales que nos asechan, cuando esta tarea debe ser parte de nuestra educación y de las prácticas y rutinas cotidianas.

Sin embargo el escepticismo vuelve a aparecer en algunos, al igual que esa desidia con que enfrentamos nuestra existencia y ambas actitudes se oponen y torpedean las acciones que se deben hacer para salvar seres humanos, tarea inaplazable de toda sociedad.  

Es por eso que no podemos escatimar esfuerzos, ni regatear presupuestos para prevenir y mitigar los riesgos.

Lo de Armero es un episodio que debe estar siempre presente en nuestra mente y un ejemplo de los errores que jamás debieron cometerse, por eso esta experiencia debe ser compartida con las nuevas generaciones para fortalecer   esa esquiva y frágil memoria y ser así menos vulnerables.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN - Profesor Titular UT

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