Rubén Cardona: devorador de distancias

Lo conocí hace más de cuarenta años, cuando ya era un disciplinado atleta que hacía parte del grupo de entusiastas deportistas que se preparaban para representar al Tolima en los Novenos Juegos.

Lo conocí hace más  de cuarenta años, cuando ya era un disciplinado atleta  que hacía parte del grupo de entusiastas deportistas  que se preparaban  para representar al Tolima en los Novenos Juegos. Siempre lo recuerdo con su trote lento  pero sostenido, dándole vueltas en forma interminable al Parque Centenario, cuando este era una ruta de guijarros, pedruscos y una polvareda atenuada  por la frondosidad de los árboles que lo rodeaban. 

Pronto supe que no se había ganado nunca una competencia importante, pero que se había convertido en un cazador de maratones barriales y, aunque tampoco se las ganaba, sí ocupaba segundos y terceros puestos que le reportaron modestas medallas que él recibía con entusiasmo y que fue acumulando como el pago a la férrea disciplina de recorrer  varios kilómetros  todos los días.

Cuando se abrieron las puertas del estadio para que se pudiera entrenar en  esa pista de carbonilla, que fue un orgullo para los ibaguereños, él fue uno de los que la inauguró y se paseo por ella, como si se tratara de la pasarela de sus sueños en la que aspiraba conquistar algún día un título para el Tolima.

El remoquete de “Tururá” se lo dieron en alguna ocasión en que interpretaba “Noches de Bocagrande” y se le olvidó la letra, pero él siguió por cerca de media hora repitiendo el estribillo de “tu ru ru rá” con la esperanza de recuperar las estrofas. Este mote lo marcaría por siempre, pues desde entonces su nombre de pila pasó a un segundo plano.

Como si se tratara de un Forrest Gump criollo, Rubén se dedicó durante sus setenta y dos años de vida a repasar las calles de la ciudad de Ibagué, a  descubrir atajos en las afueras de los barrios, a hincar sus zapatillas sobre el asfalto, siempre con su trote monótono, sin aspavientos, sin el engreimiento de los grandes titulares de los periódicos. Simplemente corría, sin lamentarse por los resultados, más bien  orgulloso de los pequeños retos que vencía.

El pasado 10 de enero Rubén aceleró su paso. Se dejó atrapar en la inmovilidad, no pudo levantarse para cumplir con el rito del entrenamiento. Miles de kilómetros habían sido conquistados por las pequeñas plantas de sus pies, grandes cantidades de sudor se habían destilado  por su cuerpo y  la historia  de un deportista íntegro llegaba a su fin. Esta fue una vida digna de ser ponderada, pero “Tururá” no ganó ninguna San Silvestre, no apareció en portadas, solamente tocó guitarra, entrenó, corrió, no fumó, no bebió, no consumió drogas. Fue  un   ser transparente y según esta sociedad mezquina, ello no es suficiente para ser reconocido como un ejemplo para la juventud actual.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN Profesor Titular UT

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