¡Aunque usted lo crea o no!

Con esta frase Robert Ripley se hizo famoso a comienzos del siglo XX e instauró un estilo periodístico singular, pues se dedicó a encontrar “historias extrañas e inusuales”, viajando por todas partes del mundo.

Este retraído personaje que nació en el estado de California en 1890 y fue deportista, explorador, aventurero e ilustrador, se invoca siempre que alguien se encuentra con una noticia o hecho increíble, de ahí esa expresión coloquial que usamos cada nada:  “como para Ripley”. 

Colombia hubiera sido un paraíso para este personaje, sobre todo por los acontecimientos que ocurren cotidianamente y que nos impactan algunas horas, pero muy pronto desaparecen, porque otros hechos los suplantan. Por ejemplo cuando ya nos habíamos olvidado de las enormes filas reclamando las millonarias cifras perdidas en las pirámides de DMG, vuelve y juega la estafa colectiva, esta vez por cuenta de la “respetable Interbolsa”. 

Cuando nos detenemos a leer, por cierto placer morboso, la lista de quienes más perdieron en esta modalidad de estafa, no podemos evitar que una sonrisa aflore a nuestros labios, porque ahora los “damnificados” que entregaron miles de millones de pesos, ya no son los campesinos del Putumayo, los pequeños comerciantes  de pueblos y ciudades, los policías activos y una que otro ambicioso que le entregó al señor Murcia sus ahorros.

Esta vez fueron encopetados ejecutivos, sobrios gerentes de empresas reconocidas, uno que otro funcionario público y, oh sorpresa mayor, ¡como para Ripley!, las sacrosantas comunidades religiosas y los negociantes de la salvación y del más allá.

Resulta increíble que las Monjas Carmelitas Descalzas de Popayán hayan preferido ir a pie limpio predicando la palabra del señor y guardando las limosnas de los fieles para llevársela a “Interbolsa” o que el Consejo Episcopal Latinoamericano, antes que colaborar con sus propios organismos de caridad, se dejara llevar por la avaricia y le entregaran a estos especuladores , lo que miles de modestos creyentes entregaron en sus ritos.

Censurable que el gobierno siga perdiendo los dineros que corresponden al pueblo. Que la receptora de los impuestos que pagamos a regañadientes (la DIAN), los haya llevado a las arcas de este puñado de inescrupulosos. Que el Banco de la República, con toda la experiencia acumulada toreando inflaciones y desencajes,  haya caído en esta trampa reelaborada del capitalismo.

Pero lo que parece inaudito, inusual, extraño, es que el Instituto de Bienestar Familiar, cuya misión es atender las necesidades primarias de la niñez y de la vejez colombiana, haya preferido entregar a la ruleta del azar, los dineros sagrados de la comida y la manutención de miles de niños y ancianos. Esto, ni siquiera el propio Ripley lo hubiera creído.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN - Profesor Titular UT

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