Un carnaval en desprestigio

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Hace unos años la izquierda colombiana enarbolaba consignas contra el “carnaval electoral” y denunciaba cada una de sus acciones. En estos días ni siquiera se escucha la diatriba contra una serie de prácticas que han desnaturalizado el proceso de la democracia representativa en nuestro medio. Es tal la pobreza argumental que los grandes temas no se discuten o se soslayan con consignas que apuntan a problemas insolubles en una sociedad desarticulada como la colombiana.

Se pudiera pensar que los métodos de hacer política se han transformado y que por eso la campaña que está a punto de finalizar se caracteriza por la sobriedad en las manifestaciones públicas, el poco contacto con el elector primario, y la carencia de debates serios y generalizados en distintos espacios. Sin embargo esto no es cierto, los mismos vicios de épocas anteriores, con algunos refinamientos, son ahora las estrategias preferidas por la mayoría de los grupos.

Estamos seguros de que este domingo volverá a triunfar la abstención y, no se necesita ser mago para aseverarlo, simplemente es el resultado de una serie de actitudes y acciones realizadas por los parlamentarios que han roto la poca confianza que tenían sus electores y han caído en el desprestigio por las fórmulas empleadas para perpetuar la representación, vale decir, el haber convertido el voto en un asunto hereditario que se transmite de padres a hijos, o familiar porque se pasa de esposas a esposos o de hermanos a hermanas.

La presencia en el escenario político de grupos sin mayor caudal electoral, antes que fortalecer la democracia representativa, cuestiona dicha formalidad y permite que accedan todo tipo de militantes, sin el menor rigor, lo que pervierte los procesos que se surtan, porque resultan no de los desarrollos ideo-políticos de sus líderes, sino de las negociaciones turbias que se llevan a cabo por debajo de las mesas.

El carnaval electoral ha entrado en un proceso de desmonte, porque su ineficiencia ha quedado al descubierto y los riesgos resultan evidentes. El pan y circo en que se habían convertido las elecciones funcionó por mucho tiempo, pero las masas comenzaron a dudar y también a exigir. Resulta más práctico entonces unos activistas con fajos de billetes repartiendo a quien acredite que votaron por determinado candidato, que unas cuántas papayeras inundando los espacios con sus acordes, cientos de pregoneros lanzando consignas insulsas y miles de avisos de todo tipo aferrados a las paredes desconchadas de pueblos y ciudades.

Razón tiene Zizet cuando afirma que “una democracia delegada no es democracia” y esta es la razón principal por la cual el carnaval va de capa caída y se necesita fórmulas creativas e innovadoras para enterrarlo definitivamente e instaurar nuevas visiones democráticas.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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