Los colombianos merecemos la paz sin chantajes

Mi generación recibió como canciones de cuna el traqueteó de los fusiles en los campos; como rondas infantiles, el llanto de las madres y las viudas recorriendo los caminos de la incertidumbre; como imágenes imborrables, el chasquido del fuego incendiando las madrugadas en las fincas vecinas y como primera visión del día, la larga fila de los desplazados con sus bártulos al hombro.

La infancia siempre estuvo teñida de pesadillas y comentarios. Algunos de los compañeros de pupitre se marcharon en los primeros meses tras la amenaza contra sus vidas y fueron muchas las ocasiones en que el aleteo metálico de los helicópteros aturdió nuestros oídos y nos fuimos al helipuerto improvisado a ver como arrojaban los sacos de hule con su destilar purpureo y las cámaras registraban los rostros pétreos que se asomaban por entre las cremalleras.

No hemos tenido treguas significativas y el intenso girar de la guadaña de la muerte nos ha hipnotizado entre los párrafos de los periódicos y las imágenes de los noticieros diarios. Son muchos los amigos que no han vuelto a la tertulia porque a sus cuerpos los hicieron doblegar bajo el impacto plomizo de las balas o por la tajante herida que rasgó sus carnes.

Se fueron con la juventud revoloteando en las miradas y con la tristeza de no haber podido disfrutar las bondades de una patria que fue inferior a sus expectativas.

Hemos sido cómplices pasivos de quienes hicieron de la manipulación y el engaño, los mecanismos para mantenerse en el poder. No hemos logrado construir propuestas políticas serías que nos lleven hacia una convivencia democrática y, sin proponérnoslo, hemos dejado el camino expedito para que las castas oportunistas y su demagogia permanezcan rotándose el poder.

No hay tregua en esta guerra, porque cuando se vislumbran posibilidades de acercarnos para mirarnos frente a frente y explorar posibles salidas al conflicto, los mercaderes de la guerra se levantan furibundos y exponen sus falacias ante una masa amorfa ideológicamente que obedece ciegamente a la consigna de pregonar su adhesión incondicional a dichos postulados e intentan retomar la dirección del país para que continúe la hecatombe del pueblo.

Pero quienes nos brindan las opciones de alcanzar la paz, solo la miran como posibilidad electoral y la focalizan en unos diálogos, mientras por otro lado son los mercenarios que defienden políticas claras contra sectores de la población y son los mismos que se levantan también para ahogar la protesta popular.

En esta encrucijada en que nos ponen la paz como el objeto del deseo, solo nos queda exigir el respeto al derecho que nos asiste de vivir sosegadamente, sin el chantaje electoral.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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