“Si fuéramos capaces…”

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La campaña “Soy capaz” se nos tomó todos los espacios publicitarios y noticiosos del país.

No hay un resquicio en la pantalla, ni una grieta en la página de periódicos y revistas donde no se hable de esta iniciativa impulsada por la empresa privada para sensibilizarnos sobre la paz.

Las estadísticas hablan de la expansión vertiginosa que se ha logrado y de los miles de colombianos que asisten a talleres impartidos por diestros panegiristas de una retórica, aparentemente convincente, que nos hace reflexionar sobre nuestras actitudes, nuestra capacidad de tolerancia y la posibilidad de construir una sociedad mejor, postulados que de tanto repetirlos sin acompañamiento de acciones, se tornan en frases de cliché.

Si esas empresas, por ejemplo, antes de auto publicitarse como simpatizantes de la paz, hicieran un mínimo esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de sus empleados, si se sentaran a la mesa a discutir un salario digno para los productores de su riqueza y generaran más empleos, sin importarles el balance de sus ganancias, tal vez así, podríamos hablar con Néstor Gómez, diseñador de la propuesta y tallerista de la organización Corona, de “una conversación organizada para hacer posible la paz en la vida diaria de cada colombiano”.

Los directivos de la campaña nos invitan a seguir al pie de la letra sus principios, uno de los cuales habla de “creer lo que se está diciendo”. Sin embargo, sus miradas delatan la obsesiva idea de vender su imagen al precio que sea.

Ser capaz no es solamente un enunciado, bajo la mueca de una sonrisa postiza, es tener la convicción de que la paz es un constructo que requiere esfuerzos, renuncias, silencios, acciones, fracasos y nuevos intentos, sin que las estadísticas estén diciendo que, con una charla de dos horas ya estamos preparados para ser el otro, para ponernos en sus zapatos y respetar la diferencia.

Tal vez se pueda salir de dichos talleres con moderado optimismo, pero la tarea está por hacerse y requiere de un enorme esfuerzo donde la imaginación y la creatividad tienen el papel protagónico de morigerar el odio y revertir en perdón las venganzas.

Si fuéramos capaces haríamos de cada acto de nuestras vidas, la conquista de un poco de la felicidad ajena, estaríamos sembrando los frutos iniciales de la paz y preparando el campo para cosechas futuras.

Si fuéramos capaces de trascender la consigna, tendríamos la paz en el dintel de nuestra casa y podríamos invitarla para que se quede por siempre.

Si fueran capaces de poner sus capitales al servicio del pueblo, no tendrían que anunciarlo, pues la paz es un estado, una actitud que no necesita de propaganda distinta a la de los hechos concretos.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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