Las zancadillas al proceso

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Quienes desde el principio del proceso de paz hemos manifestado nuestro optimismo moderado, asistimos con preocupación a la presencia de hechos que nos hacen dudar de su feliz culminación. Son tantos los enemigos de parte y parte, que cualquier hecho puede echar al traste con esa construcción que se intenta realizar, para que los colombianos podamos respirar una relativa calma y de paso soñar que es posible un país distinto.

La muerte de dos indígenas por parte de un comando de los insurgentes, puso a tambalear hace unos días las conversaciones de La Habana, sin embargo los medios de comunicación desviaron la atención hacia la eficiencia de la justicia indígena y sus cámaras y los comentarios se dedicaron a contar las infidencias de ese juzgamiento, con una alta dosis de incomprensión de esa cultura que nos ha dado verdaderas lecciones de organización política y social.

Aunque todos los días los francotiradores del proceso azuzan a la opinión pública con su retórica hueca en nombre de los valores religiosos y prácticas tradicionales, las conversaciones prosiguieron ese camino tortuoso, pero sucedió un hecho que, despojado de toda la carga de trascendencia que se le da, hace parte de la lógica de lo que puede ocurrir en una confrontación directa, donde se conversa y se llega a pequeños acuerdos en medio del calor de la refriega.

Si somos objetivos en este análisis, nos encontramos que las dos partes intentan, de manera distinta, ocasionarse daño mutuamente. No podemos negar que el Ejército intensifica sus acciones y da de baja a guerrilleros y sus compañeros responden con ataques que a veces tocan a la población civil.

Entonces no podemos poner el grito en el cielo porque un Brigadier General ha caído en manos de una columna insurgente, en forma increíble, que despierta las más disímiles suspicacias, las que nos llevan a preguntarnos ¿Cómo es posible que el Comandante en jefe de la Fuerza de Tarea Conjunta “Titán”, esté paseando de civil por el río Atrato sin más compañía que una abogada y un sargento?

El Presidente Santos, comprometido con sus electores en los pasados comicios, parece vacilar y se deja llevar por la emotividad de enemigos soterrados de la paz y decide suspender las conversaciones por tiempo indefinido, con la creencia de que puede existir un milagro que devuelva a la libertad a los nuevos secuestrados para poder discutir lo que falta.

Vistas así las cosas, no podemos pensar más que en retornar las conversaciones, aceptar que, pese a no haber un cese al fuego mientras se negocia, si podemos sacar avante el proceso, sin escuchar los áulicos de la guerra que claman porque el este se acabe.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN Profesor Titular UT

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