Adiós al periplo por la burocracia

libardo Vargas Celemin

Una tarde de octubre de 1973, un señor en mangas de camisa, gafas caídas sobre la punta de su nariz y una voz acatarrada, en una oficina de la Gobernación, me amenazó a que si no decía cual era mi partido político no podía posesionarme; este fue el primer peldaño de una larga escalera, cuyo último escalón transitaré mañana.

No me arrepiento de haber estado en la burocracia, porque esta es definida por el diccionario de la RAE, en su segunda acepción, como “conjunto de servidores públicos”, y eso he sido por cerca de 42 años. Nueve presidentes se han posesionado desde entonces, he tenido variados tipos de jefes, abominables supervisores, excelentes seres humanos por compañeros y compañeras, generosas personas que se han anclado en mi corazón y cientos de alumnos que han compartido mis chistes flojos, mi pasión por la literatura y hasta mi obsesión por determinados autores.

He conocido la mezquindad y la ineptitud en diferentes presentaciones, pero también el compromiso y la entrega por una institución. Mis 24 años como funcionario de salud me hicieron convivir diariamente con el dolor y la desesperanza, pero también con el brillo de los ojos que mostraban su reconciliación con la existencia.

En la universidad tuve la fortuna de encontrar no solo pares, sino seres generosos que creyeron en mis capacidades, me dieron la oportunidad de asumir responsabilidades y sintieron mis logros como suyos. También encontré estudiantes como espejos, en los que vi mis sueños proyectados y tuve la certeza de que muy pronto me habían de superar.

Como ese viejo coronel que a sus veinte años participó en la guerra de los mil días y debió pasar el doble de sus años esperando la notificación de sus pensión por “haberse roto el cuero para salvar la república”, estuve al vaivén de oscuros funcionarios esperando que un correo electrónico, una carta o una llamada me dieran la noticia de que me habían reconocido mis madrugadas, mis trasnochos, mis días al servicio de dos de las más relevantes tareas del ser humano: la salud y la educación.

Espero que la vida me dé la oportunidad de iniciar un nuevo proyecto, para demostrarme que lo mío sí era la literatura y que ahora que las horas se extienden como una enorme hoja en blanco, debo ser fiel a mis sueños y teñirla de historias y metáforas.

Más que una vida, este viaje ha sido un aprendizaje, un ejercicio de mi mayoría de edad kantiana. Lástima grande que aquel “burócrata” que casi no me posesiona en esa tarde de octubre ya no exista: me hubiera gustado decirle que no he necesitado pertenecer a un partido para servirle a la gente.

Comentarios