“Las Hermanitas Calle”, me persiguen

libardo Vargas Celemin

Con las “Hermanitas Calle” solo he hablado en una ocasión, en la plaza de Ferias de esta ciudad, una vez que vinieron como teloneras del “Rey del despecho” y no me fue muy bien, porque no quisieron responderme un cuestionario. En forma displicente y con voz aguardentosa, me dijeron en el camerino que ellas solo daban declaraciones para la televisión.

En la década del cuarenta nace el género de música guasca generado por campesinos, generalmente paisas. Su aparición coincide con el inicio de la violencia bipartidista y además parece que existe un nexo de causalidad directa con las migraciones que se dieron en departamentos cafeteros como Antioquia, Viejo Caldas, Valle del Cauca y Tolima.

Es una especie de adopción e imitación de ritmos como las rancheras y corridos mexicanos, uno que otro tango, un vals o un pasillo, con las vivencias de los campesinos en su melancólica soledad. Después, con el desarrollo de las vías ferroviarias, las estaciones y sus alrededores reciben oleadas de amantes de estas canciones y por eso se les llama también “Música de carrilera”, que en esencia es la misma guasca que se ha difundido por todo el país.

No soy un melómano consumado, pero este tipo de música no es de mi agrado, me produce depresión. Tal vez porque desde mi primera infancia acumulé suficiente animadversión con esas melodías demasiado elementales y un contenido reiterativo de traiciones, adioses, disputas, recuerdos y hasta agresiones.

Sé que “Las hermanitas calle” encarnan esta expresión y que ellas acapararon audiencia por muchos años. Afortunadamente para mi generación apareció la música de la nueva ola latinoamericana, los Beatles y la canción social y pudimos zafarnos de las andanzas de la gaviota traidora, los pormenores del puente roto y la obsesión por unos ojitos verdes.

Cuando nos creímos libres de la influencia de las persistentes hermanitas, un presidente venido de Amagá las entronizó en el Palacio de Nariño, obligó a la televisión que las presentara en cuanto programa hubiera y por más que uno intentaba evitarlas, en los barrios, cualquier vecino sacaba los domingos los bafles para recordarnos al famoso dúo.

Hasta mi hija Angélica, a los tres años reunió a sus amistades frente a la casa y cuando llegué la escuché encarnizada repitiendo la letra de la “Cuchilla”.

Creí que el rock, los vallenatos o las champetas habían podido silenciar a estas amigas, pero en estos días Caracol acaba de “relanzarlas”, no solo con su telenovela, sino con repetición de capítulos el día siguiente y, como dicen en una de sus canciones “Para colmo de mi suerte”, cuando creí que los sábados y los domingos iba a estar libre de sus voces, están anunciando la transmisión de sendos resúmenes.

Comentarios