Los retos del nuevo alcalde

libardo Vargas Celemin

Frente al escepticismo y a las maquinarias, se impuso la meritocracia. Ya era hora de que Ibagué tuviera la oportunidad de mostrarle al país que aquí podemos liberarnos del lastre de los prestidigitadores de la palabra y el engaño e iniciar un nuevo proceso incluyente dirigido a buscar el mejoramiento de la calidad de vida de sus ciudadanos.

El primer reto de Guillermo Alfonso Jaramillo es liderar una profunda transformación cultural de los ibaguereños y aunque eso no se logrará en cuatro años, sí puede ser un punto de partida para erradicar imaginarios que le han hecho mucho daño. En uno de estos imaginarios se plantea que somos una ciudad de paso y por lo tanto incapaces de generar empresas estables, proyectos ambiciosos, desarrollos dinámicos y una identidad que logre el dialogo multicultural necesario para tener la sana convivencia.

El doctor Jaramillo debe enterrar definitivamente esa abulia que ha caracterizado a nuestros dirigentes y que nos ha convertido en el hazmerreír en el contexto nacional, con perlas que hacen parte ya no del realismo mágico, sino de la estulticia administrativa: se necesitaron 10 años para que se iniciaran las clases en la UT, luego de ser fundada; también 10 para hacer los IX juegos Atléticos Nacionales; llevamos más de 50 años sin que el Ejército nacional devuelva las instalaciones de un hospital hecho a mediados del siglo pasado y ahí sigue funcionando la VI Brigada; se llevan más de siete años en la restauración de las instalaciones del PPanóptico y los escenarios para la realización de otros Juegos Nacionales siguen sin ser concluidos.

A este panorama de hechos insólitos que solo ocurren en esta ciudad y que bien pueden figurar en la lista de Ripley, tiene que enfrentarse el nuevo alcalde, pero él conoce bien la compleja administración de salud, las relaciones con la clase política y toda esa maraña de la contratación oficial. Tiene una experiencia muy grande en la problemática de los psicoactivos; pero por sobre todo, conoce la ciudad, sus habitantes, los líderes sociales, y es ahí donde se espera que no solo cumpla con el programa planteado, sino que también le dé el valor agregado de metodologías que propicien la participación efectiva de la comunidad, la inclusión social, el respeto de los derechos humanos y logre de esa manera materializar las expectativas que se tienen.

Ibagué ya no es el sitio de reposo de los gamonales del pasado, es una ciudad con los conflictos propios de la postmodernidad que requiere ser pensada desde ópticas distintas y es ahí donde se necesita un líder como Jaramillo, con una apertura mental que logre enrumbar la ciudad hacia la conciliación de las utopías y los sueños de todos sus habitantes.

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