Prolegómenos a una catástrofe

libardo Vargas Celemin

Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015 en su dramático libro “Las voces de Chernóbil” escribe: “Ha empezado la historia de las catástrofes… Pero el hombre no quiere pensar en esto, porque nunca se ha parado a pensar; se esconde tras aquello que le resulta conocido. Tras el pasado”.

Esta verdad nos cobija, porque no hemos interiorizado las secuelas, no se han tomado medidas que realmente disminuyan el impacto que sobre la vida y la economía de los colombianos tienen fenómenos naturales como el actual.

Nos hemos escudado en esa falsa seguridad que da el hecho de no haberse presentado nunca un problema igual. Los anuncios lo tomamos como exageraciones y nos olvidamos que ese desentendimiento ya nos costó en un pasado no muy lejano, la desaparición de todo un pueblo.

Ahora, ante las imágenes de los ríos convertidos en cuadros craquelados o los montones de huesos en que han quedado convertidas las reses que pastaban antes, nos molestamos por el amarillismo de los medios.

No nos conmovemos ni siquiera con las fotos de los otrora cauces, convertidos en extrañas rutas de la sed y la desolación. No hemos hecho conciencia de que estamos en los inicios de una catástrofe, cuyos primeros resultados no alcanzamos a dimensionar.

Se nos acaba el agua, precisamente a un país que llegó a ser la cuarta potencia en recursos hídricos en el mundo. Se desaparecieron las lluvias que mantenían siempre vigentes los embalses, los acueductos y los canales de riego. Se nos anuncian los racionamientos por esta razón y no somos capaces de reaccionar, porque vivimos en el estado de ensoñación que nos ha diseñado la sociedad de consumo.

Nuestros cerros y montañas siguen ardiendo y los campesinos ayudan a ese proceso con prácticas de cultivos que destruyen fuentes de agua y las capas vegetales. Las temperaturas han aumentado y nos limitamos a vestir como lo manda la moda para mitigar impactos y a echarle la culpa a una abstracción con nombre de infante. Pero nos quedamos ahí, simplemente lamentándonos.

Si bien es cierto hay situaciones incontrolables, la mayoría de las consecuencias de fenómenos naturales son prevenibles. Solo que como individuos no tenemos arraigada esta cultura. No le exigimos a nuestros congéneres evitar el despilfarro del líquido vital. No cambiamos nuestras costumbres frente al uso y el abuso de las energías.

El estado con su retórica de las sanciones pecuniarias, jamás piensa en el almacenamiento en gran escala y su regulación; solo espera que lleguen las lluvias, las que serán simplemente una nueva tragedia que cambia la sed por las inundaciones y los ahogamientos.

Así que hemos llegado a los tiempos de las catástrofes y de verdad debemos cambiar conductas y hábitos, si queremos salvarnos.

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