Intentan prohibir la música en Ibagué otra vez

libardo Vargas Celemin

En estos días estuve releyendo el libro ‘Héroes sin pedestal’, del periodista y escritor Camilo Pérez Salamanca, quien en una amena y curiosa crónica da cuenta de lo ocurrido el 14 de febrero de 1952, cuando el alcalde de Ibagué, Luis Guillermo Botero Caicedo, prohibió que se transmitiera e interpretara cualquier pieza musical, setenta cuadras a la redonda, cuando Ibagué ni siquiera tenía ese número de cuadras.

Comenta Camilo que mientras los traganíqueles de las cantinas y las dos emisoras que había, se silenciaron, una prostituta se negó a obedecer tan insólita orden y se tomó la galería de mercado con su voz y sus canciones de despecho, seguida de un grupo de personas que la aplaudían por su carácter y por los insultos que le gritaba al burgomaestre, quien tomó tal determinación porque en la zona de tolerancia había sucedido una riña que dejó varios heridos. La damisela fue encarcelada, pero desde su celda se siguieron escuchando las canciones de moda en la época.

La “alcaldada” se solucionó con la orden del Gobernador de turno de declarar insubsistente al famoso “Memo” y nombrar un nuevo alcalde que dio la orden para que siguieran sonando tangos, rancheras, corridos y valses.

La semana anterior, cuando bajaba por la Tercera me percaté de que un uniformado de la Policía dialogaba con el director de un grupo de rock. Aunque iba de afán, pude darme cuenta de que las gentes se fueron aglutinando frente a los artistas y se escucharon algunos gritos pidiendo a la Policía que los dejara trabajar.

Me pareció inaudito este proceder policial, precisamente en un espacio como la carrera Tercera, de la Ciudad Musical. Ante la presión de la multitud, los agentes se retiraron y la banda de rock siguió su presentación, esta vez con más entusiasmo y con mejor respuesta del público que comenzó a dejar su contribución.

Después supe que el grupo se llama Entorchados, que lo dirige el profesor de contrabajo Andrés Flórez, todos sus integrantes son músicos profesionales del Conservatorio del Tolima y, ante la falta de oportunidades, optan por tocarle a los transeúntes de la Tercera, de quienes esperan su colaboración.

Este intento de prohibición de la música de nuevo genera muchas reflexiones. Quizá la más importante es acerca del futuro de nuestros artistas, condenados a vivir de la “solidaridad” del pueblo, en improvisados escenarios, mientras la Concha Acústica y el Parque de la Música, por ejemplo, permanecen subutilizados y las entidades de la cultura no patrocinan espectáculos permanentes, ni contratan dignamente a nuestros profesionales para que sea realmente la Capital Musical de Colombia y no tenga que encontrarse con la estulticia de autoridades, como la de los dos ejemplos anteriores.

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