El espejismo de la cosecha

libardo Vargas Celemin

Juanito, como le dicen sus amigos y vecinos, usa sombrero de iraca, un poncho desteñido, no tiene carriel, ni mula y el café que produce a lo sumo, lo venden en las tiendas del pueblo.

Él es cabeza de una de las 563 mil familias que se dedican a cultivar en una pequeña finquita que no pasa de una hectárea. Sus únicos sueños son los de esperar la llegada de la cosecha para poder pagar deudas al banco, a los compradores de café, y si alcanza, unos zapatos a sus dos hijos, un vestido a su mujer, una camisa y un poco de fertilizante para los arbustos. Pero este año se le atravesó ‘El Niño’ y lo ha dejado sumido en la desesperanza.

Este drama lo viven miles de colombianos, sobre cuyas espaldas reposa la fama de ser los productores del mejor café del mundo, pero están sometidos a la existencia miserable de trabajar más de diez horas diarias, sin importar las inclemencias del clima y sin recibir la equitativa riqueza que se queda en las arcas de un ente que dice representar sus intereses.

En estos días, Juanito pudo recolectar unas pocas arrobas. Como las afugías de las necesidades diarias no le permitían esperar, se llevó el café mojado para donde el comprador del pueblo. Recibió la notificación de que esta vez no se estaba comprando café mojado.

Luego de muchas súplicas y del sonrojo de sus ojos por el futuro incierto de su familia, el comprador le habló de la imposibilidad de mantenerle el precio del pasado. Le ofreció pagarle a la mitad como un acto de solidaridad.

Juanito se echó las tres arrobas al hombro, murmuró unas gracias recortadas, recorrió otros lugares y la respuesta fue tajante. No estamos comprando.

Las altas temperaturas, la consabida pérdida de la humedad del terreno y la llegada de la broca, convirtieron el robusto grano del pasado en unas pepas pequeñas, con poca almendra, un café que desmejora la imagen del producto nacional.

“Se apasilló el café”, le dicen por todas partes y hasta en la radio ha escuchado que el ente defensor de sus intereses ordena comprar este producto un 50% menos que el precio de la carga normal. Pero nadie obedece y además Juanito no tiene silos y el sol se ha extraviado estos días para poder secar su producto.

Roberto Vélez Vallejo, gerente de Fedecafé está preocupado porque se dejará de producir un millón de sacos.

Pero nada dice del dolor que sienten los Juanitos colombianos, cada vez que miran los chamizos de sus parcelas y no entienden cómo ‘El Niño’ puede ser el único responsable de tanta miseria, mientras los otros, ejecutivos, intermediarios y comerciantes de insumos, incrementan sus ganancias.

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