Inicia la construcción de un futuro distinto

libardo Vargas Celemin

Este lunes los habitantes de los pueblos caucanos recibieron el alba limpia. En la madrugada se silenciaron los pasos de las botas de caucho sobre los charcos y el rumor de los desplazamientos desapareció. Los cilindros, otrora verdaderas bombas de la muerte, han comenzado a desarmarse, mientras las ametralladoras siguen ancladas sobre los cerros vecinos, sin movimiento alguno. Los frentes de la Farc que por allí operaban han acatado la determinación de su máximo jefe y se han comprometido a no volver a utilizar las armas, para imponer sus ideas y hacerlo a través de otros mecanismos.

Los helicópteros en las bases militares no recibieron mantenimiento previo el domingo anterior. En los hangares reina un silencio extraño herido a veces por las risas de la tropa. Por primera vez en sus vidas no sienten la zozobra como punzadas sobre sus articulaciones y están convencidos que todos sus vuelos tendrán regreso seguro. La soldadesca puede dormir plácidamente. También tienen tiempo en la mañana para hablar por celular con sus madres, mujeres e hijos.

Ahora no necesitan usar eufemismos para decir que no volverán a la cacería humana y por primera vez sus conciencias no les reprochan sus acciones.

Por entre los cafetales reverdecidos, donde se asoman las pepas rojas de la traviesa, los recolectores sienten que no es la muerte la que desciende por los caminos, sino las sonrisas tatuadas en los labios de los campesinos que regresan a retomar el ritmo de sus vidas, violentado intempestivamente en el pasado.

En las salas de redacción, no hay necesidad de buscar la ubicación de perdidos pueblos en el mapa, para hablar de la última masacre. Los proyectiles están acunados en las recámaras, mientras gentes entusiastas hablan del cese al fuego bilateral y un nuevo aire esparce las esencias de la vida por todos los campos y pueblos de Colombia.

En muchos hogares la nostalgia por los caídos, cede terreno ante las posibilidades de que desaparezca la zozobra y madres o esposas, con lágrimas en los ojos, le apuestan, una vez más a la credibilidad, como lo hacen también los comerciantes del Caquetá, los ganaderos del Huila, los pescadores del Pacífico y todas las víctimas del conflicto colombiano.

Los niños y niñas de las zonas rurales asisten a clase con una noticia tranquilizadora. En sus mentes comienza a borrarse el desasosiego por el reclutamiento forzado, el miedo por las minas quiebra patas y la extorsión a sus padres.

Mientras tanto, los heraldos negros intensifican su irracional defensa de la guerra y con falacias promueven la continuidad del oprobioso pasado. Desde este lunes han comenzado a sentirse los vientos de un futuro distinto, que solo será posible, si todos luchamos por construirlo.

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