La segunda estrella

libardo Vargas Celemin

Cuando Marcos Jhonier Pérez Murillo acarició el balón y lo colocó en el punto penal, cerré los ojos, por un instante pensé en los magníficos goles que había hecho este chocoano y olvidé los tiros increíbles que había errado. El estruendo de la celebración copó mis oídos, los abrazos de mi familia me confirmaron que éramos campeones, enseguida hice un esfuerzo descomunal por no saltar y gritar, porque el cardiólogo me había recomendado no tener emociones fuertes.

Salí a la avenida Octava a ver las caravanas y a observar el desborde de adrenalina de jóvenes y adultos que agitaban banderas, y camisas, mientras una mujer hacía sonar una vuvuzela y los pitos de los autos y las motos despertaron a mi nieta Gabriela, que me miraba con esos ojos de sorpresa, porque no entendía que le estaba sucediendo a los vecinos.

Las camisetas Vinotinto y Oro salieron de los armarios, ahora parecían resplandecer en esos torsos que exteriorizaban la alegría de haber concluido una sequía de 15 años, desde ese atardecer cuando en Cali entendimos que era posible ser campeón del fútbol colombiano.

Las manifestaciones con que fue recibido el Deportes Tolima, el pasado domingo, luego de su azaroso triunfo en Medellín, cuando eran muy pocos quienes esperaban este desenlace favorable, entre ellos mi hija Angélica Paola que siempre fue optimista, reiteran lo que los estudiosos dicen sobre el papel cohesionador del fútbol, con sus picos que, unas veces hace explotar la alegría sin límites, y otras produce tristeza y depresión.

Ahora, cuando las sirenas han silenciado sus quejidos y todo vuelve a ser normal, hay un momento de reflexión sobre lo que significa un triunfo en un deporte que, cada vez es una industria de emociones y sudor. La respuesta de los fanáticos, con sus rostros congestionados y sus gestos de desafío y rabia, son el reflejo de un pueblo que necesita momentos de escape a sus frustraciones. La espera de varias horas para ver pasar a los gladiadores triunfantes (porque el fútbol es una pequeña guerra sobre el césped) y el comportamiento ejemplar de miles de personas que, unas semanas atrás daban como perdedor al equipo de la tierras firme (a pesar de tanto deslizamiento), nos hace pensar que cuando hay un proyecto aglutinante las gentes responden y que canalizar tanta energía es un reto que debieran emprender nuestros verdaderos líderes.

Ahora solo nos resta esperar que la selección Colombia abra también los grifos del triunfo, y recordar lo que recomienda el poeta español Luis García Montero a quien leí gracias a mi amigo Jorge Ladino Gaitán:

“No conviene que demos a estas cosas Un valor excesivo. Son noventa minutos en un vaso de agua. Pero a mí me han quitado muchas veces la sed”.

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