Líder social: profesión peligro

libardo Vargas Celemin

Sus únicas armas son las palabras; unos códigos deteriorados; dos o tres fólderes maltrechos y una pasión obsesiva por defender a los débiles; ayudar a los perseguidos, denunciar a quienes violan o desconocen los derechos de los seres humanos, en sus diferentes modalidades. Son hombres y mujeres que, con la fuerza de la experiencia, se han hecho redactores de memoriales, derechos de petición y tutelas, la mayoría de las cuales se quedan en los anaqueles de los juzgados o en las gavetas de los escritorios de algunos de los que debieran impartir justicia.

Recorren las veredas aledañas a las suyas “promoviendo los derechos civiles y políticos”, lo mismo que “promocionando el disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales”. Participan en marchas a favor de la vida, del agua, de la inclusión social; rechazan las expropiaciones a pequeños campesinos; se oponen a los cultivos ilícitos, mientras otros están en los barrios marginales, megáfono en mano, llamando a la comunidad para que se haga presente en un plantón frente a la alcaldía, con el fin de que les nombren los maestros que faltan en la escuela o para que terminen de tapar las zanjas del alcantarillado inaugurado tres veces. En otras ocasiones, a punta de monedas logran enterrar al abuelo abandonado que murió en la puerta de un hospital.

Han llegado del campo a pueblos y ciudades huyéndole a los bárbaros de camuflados, al sonido macabro de las motosierras o a los sufragios y comunicados donde les dan plazos perentorios para que abandonen sus lugares de origen. A veces les apuestan a las elecciones para los concejos municipales y muy pocos alcanzan los votos necesarios. “Las comunidades son ingratas”, dirán después del conteo definitivo, pero seguirán su lucha defendiendo a los desposeídos, porque las amenazas no doblegan su espíritu de servicio.

De vez en cuando los medios atienden a sus denuncias. Una rápida entrevista radial, un clip en un noticiario local o, rara vez, en las noticias nacionales, les permiten unos pocos segundos para hablar de sus necesidades y problemas, que poco importan a las autoridades, pero que generan solidaridades en algunas regiones.

Cada que cae uno de ellos víctima de las balas de sicarios o soldados que se equivocan, el gobierno expresa sus condolencias, aunque el Ministro de Defensa anuncie que la mayoría de los casos obedecen a “líos de faldas”. Cuando las evidencias son tan contundentes, realizan reuniones de alto nivel y sacan comunicados fijando “medidas de protección” que se quedan en simples anuncios.

Entre tanto la sociedad indolente guarda silencio cómplice y, en tierras del Nobel de paz, aumentan dramáticamente las estadísticas de los asesinatos de personas, cuyo único delito es ser líder social o Defensor de los Derechos Humanos.

lcelemin2@gmail.com

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