Urge una monarquía

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Se precisa una encuesta para preguntar a los colombianos si desean que se instaure una monarquía, o mejor, que se restaure con ascenso, porque ya tuvimos virreyes.

Aún circulan personajes locales dándose ínfulas de eso. Inclusive, debe analizarse si sería mejor fundar un gran imperio, porque dicen que por ahí milita un expresidente de ego hipertrofiado con vocación de emperador.

Colombia tiene fortalezas para impulsar ésta revolucionaria iniciativa. Gente con adición vitalicia a la teta del Estado, como cualquier cortesano de Casa Real: No existe político, nacional o veredal, que no sueñe con una reelección perpetua que lo atornille al elevado o pequeño cargo público que ostenta ‘para servir a mi pueblo’.

Sucesión hereditaria: Con visión dinástica, muchos políticos han venido transmutado a sus retoños en delfines para que perpetúen su legado, inoculándoles el virus del poco trabajo y muchos honores. Y, además, lo han contagiado a sus parientes consanguíneos, por afinidad y padrinazgo. Es decir, tenemos principitos por pilas para sustituir a monarcas y príncipes que abdiquen extenuados por el ocio y el esplín que causa figurar y contratar.

Por blasones para exhibir, no hay que preocuparse: En España, en los almacenes de heráldica para turistas, uno dice el apellido y por 12 euros le entregan un frondoso árbol genealógico libre de parientes pobres; diez más, y lo hacen descendiente directo de un cardenal del renacimiento; ocho adicionales, y ya es Vizconde con escudo de armas.

Se necesita un rey. Acabará con la estorbosa división de poderes que todo lo entraba. Por eso, el poder otorgado a la testa coronada tiene que ser absoluto en términos políticos y religiosos. Fíjense como ha sido de remunerativo el maridaje, develado hace poco, del poder con una secta. Ahorraremos en elecciones; se acabará la camorra entre burócratas de grandes egos; desaparecerá la tediosa palabrería de la jurisprudencia y los largos juicios por robar un buñuelo. La desempolvada guillotina será otra vez juez inexorable.

La economía se dinamizará cuando el lobby y el dinero de los prohombres emergentes se activen para conseguir un título de nobleza. Hay mil cosas fascinantes: En este país de reinas, es innoble que a las primeras damas se les dé el feo nombre de gestoras. Eso es de oficinas de tránsito. Serían reinas. Mínimo, princesas, y manejarían el glamour, el boato, el derroche y el lujo.

Que no nos trasnochen los Palacios Reales aquí que a cualquier mediagua le ponen ese pomposo nombre: Ya hay edificios antisísmicos con nombre regio: el palacio del panty, el palacio de la cabuya. No tenemos Duquesa de Alba, pero en par años Amparito Grisales podría fungir como tal. El póquer sería nuestro deporte nacional.

Será un experimento apasionante para comprobar si es cierto que el poder corrompe, como lo maliciamos hoy, o si crece el saqueo con el poder absoluto.

Algo frívolo: Acabaría el carnavalesco espectáculo de cada cuatrienio, cuando algún prócer vivo intenta manipular la Constitución, pegándole su parche para modificar ‘un articulito’.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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