Alejando el geriátrico

Los contribuyentes de sesenta y pico años –el pico, son diez más-, necesitan a veces una racha de aire fresco que ventile la pestilencia que emana del caldero de la politiquería electorera nacional, en el cual, para desgracia del país, se cocina más corrupción y fechorías que la suma total de los delitos cometidos por los condenados en cárceles de máxima seguridad, y en las otras.

Y este año, esa brisa llegó para ellos en forma del inefable concierto del retocado y sempiterno joven Palito Ortega, a quien sus veteranas fans le perdonaron el contaminarse de política porque sus canciones están ligadas a añoranzas adolescentes, etapa cuando todas dramatizan penas de amor para parecer melancólicas. También cantaron los perennes Ana y Jaime, y Vicky. Y hace poco vibraron con el grupo Mocedades, cuyos integrantes, como su nombre lo indica, siempre serán púberes aunque ya casi arriben al séptimo piso.

En ambas ocasiones he estado cerca del ánimo aguerrido de un grupo de antiguas damas seguidoras de artistas de la Nueva Ola de los 60 y 70: contratación de viajes expresos a la ciudad sede del concierto, rescate del ropero de alguna prenda-fetiche de la época, olvido temporal de juanetes, hipertensión y artritis; ojos brillantes y labios expresivos que ensalzan la poesía de esta música y desechan las melopeas vallenatas sin sustancia. Canto y música son mágicos y es saludable ver que el paso de los años no aminora el entusiasmo de esta gente mayor por ver en persona a sus ídolos de los Años Maravillosos que antes sólo escucharon en la radio.

Son personas vitales, románticas, que gozan de buena salud mental y ponen distancia al geriátrico buscando actividad a sus nostalgias y rechazan el señuelo que promociona un show como ‘electrizante concierto del recuerdo para la Edad Dorada’, eufemismo que pretende hacerles creer que un octogenario libera tanta adrenalina en un caminador con ruedas, como un adolescente enmarihuanado en una moto Harley Davidson.

Esta saludable euforia hace pensar que los conciertos y la recreación musical frecuente y adecuada para gente mayor, en sus comunidades o fuera de ellas, debería tener partidas generosas en los presupuestos municipales. Sería también expresión de gratitud y reconocimiento para un segmento de población que crece cada año. Pero parece que los viejos sólo se hacen visibles cuando las motos los barren en los semáforos.

Diferente a los frenéticos conciertos de rock, caóticos, con humo de cannabis y gente estrafalaria, a los que asiste gente de la tercera edad son vibrantes, aunque sin desorden. Además, como los añejos fanáticos saben de memoria las canciones, el cantar en coro disimula la ya cascada voz de los veteranos artistas. Eso sí, con este público, Palito Ortega y Mocedades nunca esperan bombardeos de minúsculas prendas íntimas femeninas, como a los Rolling Stones, lo máximo que caerá al escenario será una medallita de la virgen, una estampa del Divino Niño y uno que otro inocente pañal Tena lanzado con cariño.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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