Costosa indiferencia

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La celebración del Día Mundial del Medio Ambiente debería haber sido una masiva jornada festiva para regocijarse por el privilegio del planeta prodigioso y fecundo que sustenta nuestras vidas y transmitir a niños y jóvenes el deber de respetarlo y cuidarlo como madre dispensadora de riqueza y alegría. Pero, como siempre, tuvo la misma fría y protocolaria formalidad que se le da a la celebración del Día del Número Pi. Ningún titular destacado de prensa y alguna aislada e insustancial actividad.

Si al tema ecológico, que es la vida misma de nuestra morada, se le diera la preponderancia concedida a las vanas elucubraciones sobre el cotidiano acontecer político y el develar las vergonzosas lacras de personajes que proyectan angustia y desazón sobre el futuro de Colombia, tendríamos una expectativa más despejada sobre el buen uso de nuestros recursos naturales y el ambiente sano que leguemos a las generaciones que vienen.

¡Se perdió tanta sabiduría y había tanto que aprender de los aborígenes que otros exterminaron y relegamos nosotros! Diferente paisaje miraríamos si hubiésemos conservado la visión animista de esos seres desde niños compenetrados con la naturaleza a la que reconocían derechos y rendían veneración porque creían que el cielo y toda montaña, río, árbol, animal o roca, tenían un alma, un espíritu, al que debía respetarse. No depredaban, no desperdiciaban, no contaminaban, porque intuían que un daño a la naturaleza lo era también para ellos. Eran felices sin estadísticas de crecimiento económico ni indicadores de producto interno bruto.

El sabio griego Solón, acuñó una sentencia cuya aplicación en la vida personal nos evitaría muchos problemas y a la naturaleza tanta destrucción: “De nada en exceso”. Pero ese no es el designio del delirio consumista moderno, avivado por la insidiosa publicidad, que pregona que uno vale por lo que derrocha. La moda es comprar, guardar, tirar, y volver a comprar. El resultado es que almacenamos muchas cosas inútiles que no necesitamos para vivir, y los recursos limitados de la naturaleza se agotan mientras los rellenos sanitarios se multiplican.

Para proteger la naturaleza no es necesario pertenecer a Greenpeace y navegar en mares turbulentos para impedir la pesca de ballenas, hay pequeñas acciones que generarían grandes cambios al evitar la contaminación de los ríos de los cuáles muchas poblaciones toman el agua: reducir los productos químicos que se vierten por los sifones; reutilizar envases antes de botarlos, no botar basura en las vías. Es esencial enseñar a los pequeños que el planeta es también un ser vivo que debe ser reverenciado y al que no debemos envenenar con nuestros desechos, porque esa también será nuestra muerte lenta.

Un jefe indio norteamericano que vivía en armonía con la naturaleza, cerró así un largo mensaje que envió a los colonos al ver como arrasaban las riquezas naturales: “Cuando el último árbol sea derribado, cuando el último río sea envenenado, cuando el último pez sea capturado, solamente entonces nos daremos cuenta que el dinero no se puede comer”.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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