Amargo dilema

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Es iluso decir que este es el país más feliz del mundo, como pregona cierto sondeo que tiene nombre quimérico y culebrero: ‘Barómetro Global de Felicidad y Esperanza’. Pero sí atesoramos una fortaleza innegable: el común de las gentes colombianas, agricultores; asalariados que crían y educan a sus hijos con el salario mínimo; asiduos ahorradores que resignados aceptan impuestos ‘temporales’ que se vuelven perennes -todos ellos confiados en la recompensa del paraíso-, son los seres humanos más buenos, pacientes y, a veces, los más ingenuos del universo.

Porque no se explica cómo los ciudadanos, después que sus antepasados expiraron frustrados sin recibir las reivindicaciones sociales prometidas por los abuelos de los actuales políticos, voten hoy por estos herederos y por dinastías nacidas del oportunismo y la corrupción, para eternizar el desengaño. Generaciones olvidaron la secular advertencia: Nacerá primero un lobo herbívoro, antes que un político sincero.

Y es que en vísperas electorales surgen de los impíos sanedrines políticos -nacionales y regionales-, candidatos impuestos, o figuras de linaje premiadas por la fortuna del poder que nadie quiere soltar y que administra hábilmente los grupos políticos de siempre sin líneas ideológicas definidas, pero con apetitos burocráticos muy claros. Y son esos ‘elegidos’ la única opción que tiene el ciudadano común de ejercer la “democracia” y buscar un futuro decente para su familia.

Por desgracia, la oposición, un necesario y saludable contrapeso a una cuestionada hegemonía, se atomiza o come en el mismo plato.

Patéticos estos días electorales vividos, con candidatos que en lugar de ofrecer soluciones a los graves problemas se enzarzaron en rencillas personales que sacaron a flote lo peor del pasado de la clase política y hace presagiar que nuestra rica nación de gente buena, seguirá por los tortuosos senderos de politiquería, corrupción, improvisación y deterioro social que hace años sufrimos.

La duda hoy del ciudadano común no es: ¿Quién es el líder ideal para impulsar el crecimiento económico y social del país?, sino ¿Quién es el político menos malo para votar por él? Dizque la esperanza es lo último que se pierde. Pues el aumento del voto en blanco, la creciente abstención, la desconfianza y apatía que se percibe ante la falta de auténticos dirigentes, indican que hasta ese estado de ánimo estamos resignando.

La paz tiene que lograrse pronto, así algunos no lo deseen. Quizá sea el poder real y verdadero: los todopoderosos grupos económicos -nacionales y foráneos-, los que presionen con mayor insistencia la consecución de ella. Los costos de la guerra y la inseguridad inherente al conflicto aumentan los riesgos y limitan las ganancias del capital.

Mientras el país se desintegra, sugería un ingenio, sigamos siendo libres: “libres para elegir el banco que nos exprima; la cadena de televisión que nos embrutezca, la petrolera que nos esquilme, la comida chatarra que nos envenene, el proveedor de tecnología que nos robe, los medios masivos que nos desinformen, y el candidato político que se robe lo que pagamos por impuestos”.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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