Historia sin fin

Las comparaciones son odiosas, según la proverbial frase, ¡pero ubican! Porque: ¿Cómo se explica que siendo Colombia 27 veces más grande que Suiza; con dos mil 900 kilómetros de costas en dos océanos; con el tercer lugar en biodiversidad de especies vivas y el 20 por ciento de la flora del planeta; con todos los pisos térmicos, productivos todo el año, y con las ventajas comparativas y turísticas que esto conlleva, su población no tenga ni el 10 por ciento del ingreso per cápita de los helvecios y esté lejos de su Índice de Desarrollo Humano?

¿Cómo entender que Suiza, con cinco armas por cada 10 habitantes, tenga un bajo índice de criminalidad con armas de fuego y registre niveles de delincuencia ínfimos; que sea ¡el Estado dónde mayor confianza hay entre las personas! y ocupe puesto privilegiado como país más pacífico, mientras nosotros exhibimos el primer lugar en Latinoamérica como menos pacífico en un entorno donde impera el miedo y nos siguen matando los violentos ‘para presionar la paz’?

¿Qué nos diferencia: genes anómalos, talante belicoso, determinismo geográfico, o ineptos y corruptos dirigentes? No hay sociedades perfectas, pero despejar ésta incógnita serviría para fijarle un derrotero digno a Colombia.

Transcurridos 204 años del incidente del florero entre ‘criollos’ y ‘chapetones”, que si hemos de creer a la historiografía crítica (”La historia es la mentira encuadernada”, decía Jardiel Poncela) lo provocó una junta de notables de la oligarquía criolla, no para libertar al pueblo raso, sino para aumentar su poder y privilegios aprovechando la difícil coyuntura en España -los próceres sacrificados fueron los idealistas de siempre-, el balance muestra que el país ha progresado materialmente, pero le falta inclusión social, y la discriminación, desplazamientos, concentración de riqueza y ausencia de oportunidades para todos, propicia desigualdades que generan inestabilidad y tensión social.

Aunque se subestimó y dilapidó casi todo el invaluable legado de culturas ancestrales, muchos ilustres colombianos han logrado a través del tiempo consolidar un estado social de derecho y conservar la integridad del territorio en un entorno casi siempre convulsionado por conflictos armados, sectarismos y la corrupción politiquera que contamina la pirámide social.

Por encima del desfile marcial y discursos patrioteros que emocionan al pueblo y dejan la sensación de estar siempre en pié de guerra, efemérides como la de hoy debería llamarnos a reflexión sobre nuestro aporte individual al futuro de Colombia, que no consiste sólo en pagar impuestos, también en no cohabitar con la corrupción, en convertir en religión el cuidado del medio ambiente, y en ser tolerantes y buenos ciudadanos.

No queremos ser Suiza, Colombia es un país maravilloso de gente buena, pero sí emular su disciplina social, su respeto por la vida, y hacer real el que todos los ciudadanos seamos iguales ante la Ley. En estos tiempos de zozobra, consolador sería invocar protección al Libertador de nuestra plaza de Bolívar, pero ¿con qué arma nos defendería si los maleantes robaron su espada hace tiempo y ni siquiera él se ha dado cuenta?

Credito
POLIDORO VILLA HERNANDEZ

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