Calamidad nacional

Parece que nos despojarán del más fundamental punto de referencia que tenemos para reafirmar nuestra identidad y para saber en qué sitio encajamos en la pirámide social, monumento que aquí cada día es más agudo en la cúspide (‘cacaos’ y mandamás) y más ancho en su base (los zarrapastrosos mencionados por el ‘exvice’ Angelino Garzón).

El rumor inquieta: por aumento de segregación social e inequidad, se acabarán los estratos socio económicos Uno al Seis, excelso invento de Colombia para el universo.

¿Cómo entonces descifrar en el futuro, en qué peldaño de la escala social está uno? ¿Cómo saber si merece un esmoquin, o ropa hip hop usada?

Esta estratificación, inventada por algún burócrata lambón para subir las tarifas de los servicios públicos domiciliarios, en especial a la clase media que es el trompo de poner que aguanta todo, fue asumida por muchos colombianos arribistas como si se hubiera instaurado una monarquía en el país.

Los que creían ser estrato Seis comenzaron a comportarse como miembros de la realeza y, a falta de esclavos, regañaban a la muchacha de servicio y a los jornaleros de la finca; los del Cuatro y Cinco (¿medio alto?) parecían nobles en ascenso, haciendo malabares con el sueldo y eructando pavo aunque comieran sancocho. Nadie nunca presumió de pertenecer al proletario ‘extracto Uno’, oído en las filas del Sisben. Hubo también privilegiados estrato 10, pero todos negociaron con la DEA.

Es bueno que el ego infle más que la levadura, pero no tanto: en reciente encuesta, un 7.2 por ciento de los entrevistados manifestó que era de Clase Alta; crecimiento del 400 por ciento en relación con 2008. ¿Comen rellenas de sangre azul; tacones de 15 centímetros? ¡Ese aumento no se da ni en el Palacio de Buckingham!

Ha sido entretenido este trozo de historia nacional de los estratos Uno al Seis. Ignominioso, único en el mundo, facilitó la inserción social sin necesidad de comprobar abolengos, ni decir que en la Guerra de los Mil Días participó un bisabuelo coronel, de los cuales hubo como millón y medio. Soldados rasos, apenas 12 mil.

También fomentó el arribismo y el rastacuerismo de nuevos ricos, divertidos especímenes que desayunaban langostinos con chocolate y que al regresar de un viaje por Roma y Moscú contaban haber comido “huevos carííísimos de centurión”, al trastocar el nombre de los guías típicos del coliseo romano, con el caviar de las huevas del esturión.

Nada cambiará al suprimir los estratos, al final, como en la paráfrasis de unas líneas en una obra de George Orwell, “Todos somos iguales pero algunos son más iguales que otros”.

El clasismo no tiene futuro. Lo resume así un exfan de Carlitos Marx: “La clase trabajadora no tiene trabajo, la clase media no tiene plata, y la clase alta no tiene clase”.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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