Delirios de persecución

Polidoro Villa Hernández

Hablando de persecuciones, uno comenzó a darse cuenta de que el mundo no era tan seguro, cuando con tonillo paranoico la mamá advertía: ‘Váyase rápido para el colegio y esté mirando a ver quién va detrás, y si alguien lo persigue, corra y grite.’ Si era una niña, lo repetían tres veces. Y poco a poco entendimos el porqué al tío solterón, tan enamorado, generoso y derrochador, ‘lo perseguían’ los acreedores.

Después, crédulo aún, escuchaba que ante las diatribas contra un alcalde que en su cumpleaños recibió de un elector pudiente un fino automóvil, su único descargo fue: “Es que me tienen envidia”. Y uno pensaba que era perseguido. Pero en la jungla de presas y depredadores al asecho en que vivimos, esas persecuciones ya no tienen gracia. Para quien es, ha sido o quiere acrecer su importancia y busca desviar la atención sobre su pasado público de acciones punibles que salen a flote y amenazan sus privilegios, la palabra mágica -que se extiende como virus entre el corazón de la gente crédula que tiende cristianamente a proteger a los acosados- es: ‘Soy un perseguido político’.

El victimismo es un arma de muchos filos: confirma que la mejor defensa es el ataque, otorga aureola de mártir, siembra la duda, lleva latente la amenaza de presentar el caso ‘ante los tribunales y organismos internacionales de derechos humanos’ y, en un país politizado, congela en el tiempo las investigaciones y condenas. Y aunque sean evidentes testimonios y pruebas, la estratagema de cortina de humo lentifica la persecución penal, esa sí muy real.

Proclamar con histrionismo que se es perseguido político, aunque no sea cierto, conmueve, mejora el estatus. Inclusive, si el personaje es un avispado con conexiones, puede hasta conseguir un complejo esquema de seguridad oficial, blindado y armado hasta los dientes, que lo proteja de las presuntas asechanzas... del mismo Estado. Y rara vez se exilian.

Ninguna palabra mejor que cinismo para definir la actitud de quienes comprobadamente manipularon contratos, utilizaron en provecho propio el tráfico de influencias, malversaron fondos del estado y utilizaron el poder para cometer crímenes y dolos, para luego declararse ‘perseguidos políticos’.

Es seguro que hay perseguidos políticos, porque desde el nacimiento de la República las ideologías no se han utilizado como punto de partida para dialogar, sino como garrotes para dar en la cabeza al prójimo que tiene otra manera de pensar, otro color partidista -hoy tan variopinto como la bandera del arco iris-, pero esos seres casi nunca tienen voz.

Siempre que mencionan a un personaje de imagen pública arrogante y pasado perverso, quién irritado pregona ser un ‘perseguido político’, tiende uno ha imaginar un delincuente de traje Armani y corbata Hermés, corriendo aterrado perseguido únicamente por sus culpas y su sombra larga y negra.

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