Honestidad = felicidad

Polidoro Villa Hernández

Por milenios, religiones y jerarcas han nutrido las esperanzas de la gente diciéndoles que si en esta vida se mantienen sumisos a los que poseen algún poder -que siempre disponen de armas para ostentar que lo tienen-, aunque sean unos abusadores; que si aceptan la pobreza con resignación, y pagan cumplidamente los diezmos e impuestos que les impongan, al pasar al   ‘otro mundo’, que aún no tiene WhatsApp, serán recompensados con largueza.

Prometen cielos, jardines, paraísos, algunos de los cuales semejan complejos turísticos con bellísimas y genuinas vírgenes de compañía. A las mujeres, ningún edén les ofrece jóvenes buenmozos, porque da la impresión que los libros sagrados fueran escritos por procuradores godos.

Pero el común de los humanos, cada vez más decepcionado y escéptico de los codiciosos Mensajeros de la Palabra, quisiera, al menos, disfrutar de un poco de paz y felicidad aquí y ahora en esta tierra, ya que no hay pólizas de garantía para ‘el más allá’. Y eso podría ser realidad si la Honestidad, cualidad que integra la honradez, respeto por los demás, sinceridad y apego a la verdad y a la justicia, tuviera arraigo en el espíritu de quienes nos dirigen.

Uno lee con envidia las publicaciones anuales que muestran el ranking de ‘los diez países más tranquilos del mundo’, ‘los ideales para que crezcan los niños’, ‘los más seguros del mundo’, ‘los menos corruptos del mundo’. Decepción: Colombia nunca clasifica.

Son siempre los mismos: Países Nórdicos, Canadá, Australia, Suiza, Nueva Zelanda. Casi todos más pequeños que Colombia y con menos riquezas naturales. Todos tienen características similares: Ejercicio real de la democracia, la libertad y la justicia -no simulacros-, altos estándares de seguridad, salud, educación, actividades culturales, amor por la naturaleza, que se inculca a los niños desde la guardería, respeto por la gente y riguroso cumplimiento de las leyes, sin manipulación politiquera.

¿Cómo lo han logrado? Sus dirigentes políticos no trabajan en función de sus intereses personales, familiares, o los de sus cómplices; no trafican con el poder que confiere el ciudadano, gobiernan con la verdad, transparencia y equidad para lograr un desarrollo humano de excelencia, un nivel de vida alto dónde todos puedan vivir siempre con dignidad y en paz. Es la honestidad en busca de la utópica felicidad.

Es sólo en esos países dónde puede hacerse la prueba de integridad ciudadana: abandonan en diversos sitios públicos 150 billeteras con US$50, que luego -en un porcentaje muy alto-, son devueltas intactas a la policía por quiénes las encuentran. ¡Deberíamos hacer la prueba aquí!

Por estas parroquias la honradez es tan escasa, que en esta semana se supo de un asiduo feligrés, de biblia y salmo, que cuando pasan la bandeja de las limosnas echa un billete falso de $10.000 y saca ‘de vueltas’ uno bueno de $5.000. ¡Sinvergüenza!

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