¿Juego de tronos?

Polidoro Villa Hernández

Las argucias jurídicas -palos en la rueda- que un vociferante sector político pone a los Acuerdos de Paz, pugnaz oposición que sólo ha producido escaramuzas retóricas pero que a futuro podría devenir en incendiarios resultados, denota una actitud destructiva hacia el país, que a veces asumen ‘dirigentes’ con intereses políticos o económicos muy grandes, y que podría traducirse como: ‘Compatriotas: desde que sea para perjudicarlos, estamos para servirles.’

Es obvio que los Acuerdos están lejos de ser infalible letra sagrada y ejemplo de justicia universal, y que se cocinaron secretamente a nuestras espaldas. Pero la experiencia nos muestra que las guerras asimétricas, donde se involucran guerrilla y terrorismo, no las ha ganado en el campo de batalla ningún país, por poderoso que fuera. Luego, lo racional, es lo que se hizo: dialogar, perdonar a los victimarios, y hacer que la sociedad entera pague y se ‘trague todos los sapos’ del conflicto: masacres, irreparables daños a las familias, a la economía, al medio ambiente, a las instituciones, a la imagen del país, expiación que ofrecemos para detener el horror.

Ahora, si de cadena perpetua a comandantes guerrilleros se trata, históricamente también deberían pagarla miles de miembros de la élites colombianas que iniciaron y con encendido verbo azuzaron el conflicto, lo financiaron y se beneficiaron política y económicamente del mismo. Y los que no quieren su fin.

Pero, horneado el pastel -ensalzado por medio mundo-, y que mal que bien silenció fusiles que casi siempre matan a inocentes, los que se marginaron e impugnaron sin conocer las negociaciones, quieren cambiar en un día la receta. ¿Por qué? Por puro apetito de poder que cada día tiende a rebasar los controles y contrapesos democráticos. Cercanas las elecciones hay que proteger la espalda y recuperar el botín del poder como sea, aún poniendo en riesgo la exigua paz conseguida.

Podría pensarse que las exitosas series de TV ‘Juego de Tronos’ y ‘Casa de Naipes’ se inspiraron en la política colombiana. Las sagas, en épocas diferentes, muestran la desmedida ambición, la manipulación inmoral de los hilos de la política, el uso de las más sórdidas y criminales conspiraciones, con sólo un propósito: apoderarse a cualquier precio del Poder.

No ha sido esto un paraíso: Si recordamos acuerdos y tratados lesivos que ‘entregaron el país’, el bochorno nos agobia: la entrega de Panamá por el presidente gramático José Manuel Marroquín, que respondió cínicamente a quienes cuestionaban la separación: “¿Y qué más quieren? Me entregan una república y yo les entrego dos.”; el ‘regalo’ del inapreciable “Tesoro de los Quimbayas”, que hizo Carlos Holguín Mallarino a la ‘indigente’ Corona Española; la excesiva largueza del presidente Miguel Antonio Caro, que impulsó la firma del Concordato con la Santa Sede, estatuto jurídico y económico excesivamente privilegiado que impuso una religión oficial.

Esperemos que los nuevos aportes a los Acuerdos de Paz, no sean la solución poética nacional de: “Sacrificar un mundo para pulir un verso…”

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