¿Nos aniquilará tanto progreso?

Polidoro Villa Hernández

En viaje familiar por una amplia vía 4G de doble calzada, un niño preguntó: ¿Y cómo atraviesan los conejos la carretera? El papá, un profesor, evitó decirle que los oscuros manchones peludos que se veían sobre el pavimento, eran animalitos aplastados por el progreso. A los humanos también nos atropella: Nos arrinconan las motos, el monóxido de carbono nos sofoca, agua y peces nos envenenan, cualquier alimento manufacturado tiene larga lista de químicos, y la tóxica politiquería emponzoña nuestro futuro. Pero anhelamos que el PIB crezca al menos al 3% anual, como si con eso se alcanzara el cielo.

Es raro, mientras países europeos de gris paisaje tienen multimillonarios ingresos por turismo, el nuestro estudia la expedición de títulos mineros ¡en la Amazonía! -la mayor reserva ecológica y pulmón del mundo-, sabiendo que este ‘desarrollo’ arrasará recursos naturales y biodiversidad. Es la locomotora minera que nos destruye. Y mientras la minería del oro multiplica desiertos, deforestamos para hacer potreros, para vaca por hectárea. Olvidamos que la verdadera riqueza está en la superficie y no en el subsuelo.

“Ustedes son muy ricos en naturaleza, pero tienen muchos políticos y pocos líderes.”, sentenció un extranjero refiriéndose a Colombia. Seguro. El líder trabaja con honestidad para conseguir un alto nivel de satisfacción, bienestar y calidad de vida del ciudadano, el político explota la coyuntura solo para inflar su ego, o su bolsillo.

¡Cuánta falta nos hacen líderes espirituales auténticos! No quienes amenazan con el infierno, sino aquellos guías ancestrales que enseñaban que lo material no da felicidad, que lo espiritual tiene que ver con la salud, y que debe tenerse una relación armónica con la madre Tierra para convivir en paz con ella y evitar desastres naturales.

Admira recordar al científico que el pasado siglo fue comisionado para que aconsejara cómo ayudar al pueblo indígena Murui-muinane en la Amazonía colombiana. A su regreso, dijo: “Ellos son más sabios que nosotros. Son ellos los que podrían ayudarnos. Viven en paz con su mundo y entre ellos mismos”.

Por el ansia de gastar o acumular, cada día la pareja debe trabajar más horas para contar con suficiente dinero y acceder a la creciente oferta de cosas innecesarias para vivir, y eso crea hogares sin padres. Azota el estrés, nos aliena la tecnología, se multiplican las enfermedades, crece la ansiedad social, la depresión, los suicidios.

¿Deberíamos creerle a una investigación que determinó que con mayores niveles de progreso se multiplican los grados de enfermedad mental? ¿Será eso lo que afecta a nuestra élite dirigente?

“Me gusta que hagan hartos puentes elevados en la ciudad. Es bacano dormir debajo sin mojarse”, dijo a unos estudiantes de periodismo un ser de esos a quiénes sin caridad cristiana llaman desechables, o, con displicencia social, habitantes de la calle. Como si la calle fuera un tibio hogar. ¿Podría considerarse que el entrevistado y sus congéneres, se benefician así del ‘progreso urbano’?

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